Cary Grant llama a su madre desde comisaría. Ha sido detenido por la policía por conducir totalmente borracho. Pero tiene excusa. Dos tipos le secuestraron, le llevaron a una mansión donde otro tipo le amenazó de muerte y le emborracharon. Él no entiende absolutamente nada. Le confunden con un tal George Kaplan. En un descuido, consiguió robar un coche y escapar, pero no pudo pasar desapercibido para la policía, y ahora nadie le cree. “Paga la multa y cállate”, le acaba diciendo su madre.
A estas alturas de la película ya habíamos visto la oronda figura del maestro Hitchcock subirse a un autobús. Cada vez intentaba aparecer antes en pantalla para que el público no se distrajera buscándole mientras la historia comenzaba a desarrollarse. El que sabe, sabe. Y con esta película consiguió dar un golpe en la mesa y que tanto el público como la crítica se rindieran ante su maestría. Porque sí, el gran Alfred Hitchcock, uno de los grandísimos artesanos del cine, el rey del suspense, maestro de maestros, no tenía a la crítica americana de su parte, de hecho sólo tiene el Oscar que le dan a todo el mundo cuando se retira… Pero en 1959 con este excelente thriller cargado de fina ironía llega el reconocimiento a escala mundial.
Se trata de una película de espías en la que aparece uno de los temas que más le gustan a Hitchcock, el del falso culpable. El prota, Cary Grant, da vida a un ejecutivo de publicidad Roger O. Thornhill. Durante una reunión con clientes en un hotel, es confundido con un agente del gobierno, el tal George Kaplan, y secuestrado. En la mansión del espía Philip Vandamm (interpretado excelentemente por el británico James Mason), es amenazado pero consigue escapar. A partir de ahí, de la escena en la comisaría, comienza la auténtica acción. Toda la peli es una enorme persecución. Los espías tras Kaplan, Kaplan, es decir Thornbill, tras el verdadero Kaplan, la policía tras Thornbill, acusado también de asesinato… y de repente al pobre Thornbill se le cruza una de las rubias de Hitchcock, Eve Marie Saint, una especie de mujer fatal con cara de ángel que trae de cabeza a los dos grandes enemigos de esta peli. Nadie entiende nada, y menos el público (a Hitchcock le encanta manipular al espectador y este es un gran ejemplo).
El azar es el motor de esta historia que el director transforma en uno de los grandes clásicos del cine de suspense con escenas totalmente inolvidables que no me queda más remedio que mencionar:
1. La escena de la avioneta fumigadora tras Thornbill. Vale, cierto es que resulta poco creíble que se lo quieran cargar así, cuando el hombre está solo y desarmado en un descampado, pero funciona estupendamente y es ya un icono de la peli y del propio Hitchcock.
2. Los diálogos entre Thornbill y su santa madre. Ahí están la ironía y el sarcasmo que tanto le gustan a Hitchcock y que tan bien le iban a Grant. Y una curiosidad, la madre fue interpretada por Jessie Royce que en realidad era más joven que su propio hijo en la ficción.
3. La escena en el monte Rushmore. Evidentemente, y a pesar de que la peli ha envejecido muy bien, las técnicas de los 50 distan mucho de lo que hay hoy en día, pero se trata de un cierre excelente para esta aventura. Esos presidentes esperando a que se despeñaran los protagonistas…Genial.
Aventura cinematográfica, el cine como auténtica diversión. Más de dos horas de metraje con una banda sonora excelente a cargo de Bernard Hermann, que se encargó un año después de la magnífica música de Psicosis. Suspense, humor, romance, una rubia imponente. Hitchcock en estado puro, desde la puesta en escena hasta la fina ironía de su protagonista y la sabia elección de un gran elenco de actores, que además guardaron un buen recuerdo de sus meses de rodaje junto al británico. Es más, hace unos años Eve Marie-Saint contaba en una entrevista los buenos recuerdos que guardaba del director y de esta película. “En una ocasión pidió una taza de porcelana porque no quería que su actriz protagonista tomara café en un vaso de plástico”. Así son los genios.
