La parodia disfrazada de falso documental es un género que, con cada nueva entrega, tendríamos que celebrar. No solo sirve para que cómicos anónimos y amantes del cine puedan abrirse paso desde el amateurismo hasta cotas más altas, es que nos ofrece retratos sociales dignos del mejor estudio estadístico. Woody Allen se atrevió con Zelig (1983), Rob Reiner se coronó con Spinal Tap (This is Spinal Tap, 1984), y Rodrigo Cortés demostró que tenía mucho que contar (y que sabía cómo hacerlo) en 15 días (2000).
¿Es la rara estructura orográfica del paisaje murciano un centro de comunicación anunaki?. ¿Son las medusas antiguos vestigios alien que han permanecido en nuestro planeta?. ¿Fueron visitantes de otra galaxia los que sugirieron a Isaac Peral cómo diseñar el primer submarino? El documental Pirámides murcianas (2019) busca -y encuentra, a su modo- respuestas a estas y otras muchas preguntas. Miguel Guirado y su equipo se han montado una teoría de lo más rocambolesca: que esta región del sur de España, famosa por su huerta y por sus galas ochenteras de prime time en TVE, es el epicentro de lo que en cosmología llaman “Triángulo de poder murciano” (everytime I see you falling…), a través del cual los reptilianos han estado en comunicación con la Tierra (la tierra murciana) y han sido protagonistas de sus acontecimientos.
Con la estética de un programa nocturno de DMAX, o una edición especial de Cuarto Milenio, con un narrador-presentador con el aspecto de ser el tercer miembro de Ojete Calor, el documental discurre entre la “confirmación” de teorías apoyadas en la nada, que podrían ser sacadas de la Tanned Balls University, y que darían respuesta a problemas matemáticos, al origen del hombre (en el entorno de Cartagena, claro) o a la invención de Internet. El siempre presente “¿por qué no?” tan reiterativo en este género, y que es el descendiente directo de la manida y absurda afirmación de “esto es lo que hay”.
En resumen, un mediometraje divertido y osado, con su puntito de mala leche, que desenmascara a los impostores del más allá, con un montaje que, por desgracia, aporta pocas novedades al género (ni lo pretende), dirigido, cómo ellos mismos afirman, a “fans de Depeche Mode”.