Allá por 1940, en los níveos valles de Noruega y en plena Segunda Guerra Mundial, dos aviones caen estrellados en un combate. Los supervivientes son dos británicos y tres alemanes. Bandos enfrentados tienen que sobrevivir en el mismo resguardo, una cabaña sitiada en una blanca tierra de nadie. Así empezarán una serie de suspicacias por parte de ambos para conseguir el control del refugio.
Es imposible no acordarse de Viven (1993), pero con retazos del género bélico. Peter Naess nos trae una ficción antibelicista inspirada en hechos reales. La historia transcurre en un contexto crucial: una caseta aislada por el frío, donde dos agrupaciones enemistadas se necesitan para sobrevivir en ese cobijo de madera, un insignificante lugar donde dar cabida a la esperanza e intentar mantener el calor. Así, el realizador noruego opta por el drama humano más que recurrir a batallas a golpe de metralleta; aquí el único enemigo con el que luchar es el crudo invierno.
El guion sabe forjar las relaciones entre los personajes de una manera sublime, y parte de eso es gracias a lo bien que perfila a cada uno de los protagonistas, interpretados por un elenco que hace una labor encomiable en el proyecto:
Florian Lukas (Good Bye Lenin) es el Teniente Horst Schopis. Un hombre con carisma, duro, impasible. Es el personaje que más esconde sus inseguridades, las cuales se vislumbrarán poco a poco. El actor alemán borda una personalidad llena de matices, que compite por el liderazgo del grupo con el Capitán Charles P. Davenport (un impecable Lachlan Nieboer, visto en la serie Downtown Abbey), un refinado gentleman inglés pragmático, valiente y que no pierde las formas ni en los momentos más arduos. Stig Henrik Hoffse encarga de dar vida al observador Sargento Strunk, un teutón férreo por fuera pero sensible por dentro. Sincero y reservado, es la fuerza bruta del grupo.
Y luego están los jóvenes subordinados. David Krossprogresa adecuadamente desde que se le vio en «El Lector«; aquí es Josef y ya no repasa obras de la literatura clásica, sino el Mein Kampf -convertido en otro secundario dentro de la trama-. Es un soldado influenciable, la antítesis del impulsivo inglés Robert Smith, rol designado a Rupert Grint, que sirve como catalizador para atraer al público a las salas. El pelirrojo se despoja con esta cinta de su alter ego Ron Weasley. Tantos años estudiando en Hogwarts le han servido para alcanzar la fama, y también para aprender a interpretar.
Los diálogos se convierten en lanzas entre las dos naciones, haciendo un reflejo interesante de ambos pueblos, los provocadores ingleses versus los estoicos alemanes. Ese retrato psicológico del quinteto es brillante, y parece que alude a los sentimientos de dos naciones enteras durante el conflicto bélico.
El relato hilvana muy bien los percances y momentos de inseguridad, el caldo de cultivo para el Síndrome de Estocolmo que cada uno padecerá más adelante. No importa quién son rehenes y quién verdugos, culpables o inocentes. Cada componente desempeña una función, y el guion dibuja con maestría sus problemas, carácteres, ideas, etc. Se adentra en las profundidades humanas y sabe mostrar la cara triste de la batalla, sin caer en ningún momento en la cursilería, ni siquiera cuando Grint canta la dulzona “Somewhere over the rainbow”.
¿Frase para resumirla? Una bella oda al sinsentido de la guerra.
Por María Aller
Por María Aller
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