Un rotulo nos anuncia que es lunes. Seguidamente, la cámara nos introduce en la habitación y en la vida del protagonista. Con sutileza nos va enseñando todo lo que envuelve a Paterson, tanto su mundo exterior como interior. Es un conductor de autobuses, un lector, un novio, un hombre enamorado, un poeta. Presenciamos sin parpadear como va avanzado su semana, donde cada día es igual y a la vez distinto. Le acompañamos al levantarse, en su recorrido al trabajo, en el repaso a los versos que va escribiendo. Tanto él como la cámara repiten acciones: las conversaciones de los pasajeros, los zapatos, el reloj que avanza rápidamente hacía el final de la jornada, su paseo nocturno con el perro hasta el bar.
Paterson es una cinta que rinde homenaje a la vida, a la belleza que nos rodea, a la poesía de las pequeñas cosas, al héroe anónimo del día a día. Toda su estructura narrativa es un poema que nos hipnotiza desde el minimalismo y la normalidad. En la película no pasa nada mientras vemos como pasa la vida. Al salir de la sala de cine es imposible no hacer dos cosas: esbozar una sonrisa y pensar que esta es una pequeña obra maestra.
Para muchos, Jim Jarmusch es uno de los pocos directores norteamericanos que de verdad cumple con el término «independiente«. En 1984 gana el Premio Cámara de Oro en Cannes con Extraños en el paraíso y es en este punto cuando comienza a forjarse un nombre. Tras varias películas menos destacadas vuelve al blanco y negro con Dead man (1995): un western surrealista que ha día de hoy se considera un film de culto. La crítica recibió bien Ghost Dog (1999), pero acertó de lleno con Flores rotas (2005), volviendo a ser premiado en el Festival de Cannes y donde contaba con un Bill Murray en estado de gracia. Las dos cintas anteriores a Paterson, aunque interesantes, no hacían prever que el autor crearía este bello fresco sobre la poesía de las pequeñas cosas. Para ello cuenta con un actor que saca oro de la mínima expresividad, que parece inmutable hasta que esboza una carcajada, que observa, que escucha todo lo que le rodea; Adam Driver crea un pequeño gran hombre. El actor se dio a conocer para el gran público en la serie Girls, es el villano en la nueva saga de Star Wars y el año que viene le veremos coprotagonizando Silence, lo último de Martin Scorsese. Por su parte, la actriz iraní Golshifteh Farahani, que nos cautivó en la multipremiada A propósito de Elly (Asgar Farhadi, 2009), es la compañera, el complemento, el amor y la musa de Paterson.
Paterson, en el estado de New Jersey, se llama también la ciudad donde trascurre la historia; cuna del poeta William Carlos Williams (1883-1963) referencia para el poeta que interpreta Driver, y clara inspiración para su director. Los versos que escribe y recita el actor están escritos por el poeta contemporáneo Ron Padgett, algunos de ellos creados expresamente para la película, que es, después de todo, una de las joyas imprescindibles del 2016.
Lo mejor: posee belleza y poesía a raudales.
Lo peor: que su imagen de película «lenta» pueda ahuyentar al gran público.