– ¿Hacemos la precuela del Mago de Oz?
– Ah, vale, puede ser interesante ¿Alguien tiene alguna idea?
– No.
– Omg.
Y así nos va. Lo de arriba sería un resumen simplista pero incontestable de este amago de blockbuster que en breve llegará a nuestras pantallas.
Como ya viene siendo habitual, tengo que decir que había muchas razones para pensar que, «
Oz: Un mundo de Fantasía«, podía ser una de esas películas con encanto, de manifiesto atractivo visual, que nos contase, divertida, creativa y, por que no, apasionadamente, la historia de un mago, que no era tal, y su llegada a ese mundo que todos conocemos desde que
Dorothy, una jovencísima Judy Garland, se diese cuenta de que ya no estaba en Kansas, si no en el reino de Oz, en el fantástico e inolvidable
musical de 1939.
Pues me temo, queridos lectores, que debo quitaros esa ilusión. La película de Sam Raimi es un relato intrascendente y sin profundidad que consigue arrancar bostezos con un guión ramplón, que carece de cualquier tipo de inventiva y que, salvo momentos puntualísimos, no ofrece nada nuevo a un género, el de la fantasía y la magia, que puede y debe dar muchísimo más de sí.
Sam Raimi, director de la película, es un personaje que, para bien o para mal, ha dejado huella en lo que a cine fantástico y de terror se refiere. Su trilogía del Necronomicón («
Posesión Infernal«, «
Terroríficamente muertos» y «
El Ejército de las Tinieblas«), su revisión del superhéroe de Marvel «
Spiderman» y películas como «
Darkman» o, más recientemente, «
Arrástrame al infierno«, son muestra de una singular forma de rodar, cierta frescura y dosis de un macabro sentido del humor que, a pesar de parecer ilógico en algunas secuencias, ha dotado sus cintas de un peculiar estilo
inconfundiblemente personal.
Pues bien, en ninguno de los excesivos (y empieza a convertirse en mala costumbre) 127 minutos de duración del filme, vi atisbo alguno de ese modus operandi con el que Raimi nos ha sorprendido a todos a lo largo de estos años.
Si el maestro Tim Burton, ducho a más y no poder en las lides de la fantasía cinematográfica, gran gurú de las pesadillas y los sueños con los que hemos disfrutado desde que irrumpiese en el panorama con «
La Gran Aventura de Pee-Wee«, salió escaldado con ese pseudorelato aburrido y plano que fue «Alicia en el País de las Maravillas», Sam Raimi debería hacer autocrítica y plantearse volver a sus raíces creativas, cuya inspiración puede hacer peligrar la maquinaria administrativa de Hollywood, todo un azote para la genialidad del que decide ponerse a su disposición.
«
Oz: Un Mundo de Fantasía» es rica, por número, en personajes pero ninguno de ellos posee carisma y personalidad como para que consigamos recordarlo. Ni el mismísimo James Franco, un actor que por defecto resulta simpático y cuyo talento pudimos comprobar en la nominada al Oscar «
127 Horas«, de Danny Boyle, consigue seducirnos con su interpretación de Oscar Diggs, la cual acaba convirtiéndose en una caricatura que, junto al resto de sujetos (digitales o no) que le secundan, forman un sombrío, por atropellado y poco inspirado, compendio de personajes llanos y sin definir.
San Raimi, acaba por exprimir una idea trivial a base de ampulosa infografía que, incluso en el reino de Oz, puede resultar cargante. Se olvida absolutamente de haber dotado las distintas personalidades del filme de cualquier tipo de alma y, por ello, logra irritar al espectador cuando este se ve incapaz de sentir el más mínimo interés en llegar a un final que, aunque irremediablemente previsible, pudiese iluminar en cierta manera un desarrollo pobre en sorpresas, estímulos o emociones.
«Oz: Un Mundo de Fantasía» acaba convirtiendo su desmesurada duración en una quimera cinematográfica tosca, burda y sin vida. Otro regalo de Hollywood para las vitrinas de los grandes y esperados proyectos a los que, con el paso del tiempo, nadie quitará el polvo.
Por Javier Gómez