María (Sarah Wayne Callies ) y Michael (Jeremy Sisto) son dos americanos que deciden asentarse y fundar familia en Mumbai. Seis años más tarde, pierden a su hijo mayor en un trágico accidente. Completamente devastada y corroída por la culpa, María busca consuelo con la ayuda de su marido y de su hija pequeña Lucy, en vano. Hasta que un día, Piki (Suchitra Pillai) la niñera, le habla de un misterioso ritual que le permitirá despedirse de su hijo una última vez; dicho ritual se practica en un templo que se encuentra en un pueblo aislado. Allí, la barrera que se encuentra entre el mundo de los vivos y el de los muertos es muy fina. También le advierte que durante el ritual la puerta que le separa de su difunto hijo deberá mantenerse cerrada, pase lo que pase.
Ya se sabe que personajes haciendo lo contrario de lo que les digan es la regla de oro en el cine de terror. Así, sin ninguna sorpresa y muy previsiblemente, la madre acaba abriendo la puerta y, en el proceso, también abre el portal que existe entre el mundo de los vivos y el de los muertos, alterando el equilibrio entre ambos. Lo sobrenatural hace irrupción y de repente comienza una continua espiral de reacciones en cadena y descenso a los infiernos; las manifestaciones paranormales se multiplican.
No se trata de la primera película de terror del director británico Johannes Roberts, que nos tiene acostumbrados a su presencia dentro del género. Le debemos películas como Hellbreeder, Forest of the Damned, F y Storage 24. Esta última fue cofinanciada por una empresa con sede en la India lo cual motivó al cineasta a ambientar su nuevo largometraje allí. Empezó a realizar investigaciones y oyó hablar de un pueblo abandonado donde se hallaba un templo encantado, cuyas visitas están prohibidas durante la noche.
De allí nació el proyecto, eligiendo como tema principal la muerte, un tema extremadamente delicado y que aquí toma su forma más cruel a través de lugares misteriosos gobernados por fuerzas desconocidas. En efecto, lo mejor de este filme es la ambientación, ya que las localizaciones son muy acertadas. Además, recuerda al mismo ambiente que invadía El Grito (Takashi Shimizu, 2004), como también el hecho de utilizar la cultura de un país ajeno con el fin de crear una atmósfera inquietante y perturbadora para sus personajes. Mumbai (conocida mayoritariamente como Bombay) es una ciudad caótica y es justo esta anarquía la que alimenta la película. El hecho de ser un lugar misterioso y superpoblado convierte la ciudad en un personaje más de la historia. Por otra parte, tenemos a los Aghori, una especie de secta conocida por la práctica del necro-canibalismo, cuyos miembros, embadurnados con las cenizas resultantes de cremaciones, constituyen el aspecto más angustioso de la película. Mención especial a Javier Botet que, esta vez, se mete en la piel de uno de esos espeluznantes caníbales .
Técnicamente no se le puede reprochar nada al film. Las actuaciones son correctas y la película nos ofrece muchos momentos de suspense bien realizados aunque demasiado previsibles. Los hemos visto infinidad de veces. Sin embargo y en definitiva, la trama no radica en el terror visual sino más bien en el espiritual, el miedo de perder a un ser querido y hasta dónde llegaríamos para recuperarlo, a pesar de las terribles consecuencias. La vida y la muerte se confunden en una intensa y horrible tensión, sensación que curiosamente nos recuerda Cementerio viviente (Mary Lambert, 1989), la fallida adaptación al cine de la novela del gran Stephen King (quizá no sea casualidad que la directora americana aparezca en uno de los marcos de fotos de familia que podemos ver en alguna escena)
El largometraje de Roberts probablemente no hará historia en el mundo del cine fantástico pero se puede considerar una alegoría de la aceptación de la muerte y sus consecuencias, por muy dolorosas que sean.
Lo mejor: su ambientación en ese lugar misterioso y exótico.
Lo peor: los trillados mecanismos de terror de casa encantada.