Detrás del desnudo integral que protagoniza Bibiana Fernández al principio del filme hay algo más que un intento de provocación por parte de Vicente Aranda. Su personaje funciona como espejo (desde su propia realidad, de hecho) de la imposibilidad por parte de su protagonista de encajar dentro de una sociedad heternormativa, y la continua desubicación que supone para ella tener que sobrevivir dentro de la (a)normalidad de la España postfranquista. La intención del director es, por supuesto, darle visibilidad al colectivo trans después del oscurantismo (y la persecución) al que le sometió el régimen franquista. Pero también narrar, a partir de todo ello, el doloroso proceso de autoaceptación (y un triángulo amoroso turbio y desencajado) de un ser humano asfixiado por la incomprensión, por la cerrazón de una sociedad machista y represiva, incapaz de aceptar la (supuesta) alteridad dentro de su seno. No es buena señal que, a día de hoy, Cambio de sexo siga resultando igual de moderna y de incómoda: algo estamos haciendo mal.
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