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One Piece. Estampida: Por el placer del caos

En el año 2000, un año después de su inicio en formato manga y anime, se estrenaba el primer telefilme sobre la enorme obra One Piece (Eiichirō Oda, 1999), llamado One Piece: La película ( Kaisokuou ni ore wa naru, 2000). Ahora, casi dos décadas después, llega a la cartelera española otra entrega de las andanzas de la banda: One Piece: Estampida (One Piece: Stampede, 2019).

Para algunos importa bien poco lo bendecida que esté la trama o el guion, lo que prevalece en la retina es el sentimiento de acompañamiento confluyendo a toda la trama principal de la serie (ya en su formato de papel o animado). Una de las riquezas de las películas brilla en la incorporación, de una manera tan orgánica como clave para el universo narrativo, de sus nuevas figuras. No en vano muchas de sus películas surgen casi inmediatamente después de la aparición en el serial de algún personaje principal. One Piece: Estampida reúne todo lo anterior y a casi todos los personajes conocidos hasta el momento para entregar al espectador una divertida y muy estimable cinta. Luffy y compañía deciden aceptar la invitación de acceder a la gran Expo Pirata donde se celebrará una suerte de Battle Royale, en la que el último hombre en pie (en este caso, última tripulación) se llevará un más que anhelado premio, una conexión directa con el One Piece del último Rey de los Piratas, Gold D. Roger. Las cosas se complicarán cuando, ya en los primeros compases, el archienemigo de Luffy, Edward D. Teach, alias Barbanegra, ofrece la libertad a los presos de Impel Down, la carcel del Grand Line. Y entre ellos está el gran antagonista de esta historia, un antiguo tripulante de Roger, Douglas Bullet.

Todo a partir del inicio funciona como un engranaje que lleva tiempo montado a la espera de apretar el botón de inicio. Cada pieza está dónde debe estar, convergiendo a un ritmo que solamente se ve en los últimos capítulos de cada saga, en las que cada episodio es un clímax dispuesto para resolver y explotar. Eichirō Oda, padre de todo, se encarga otra vez de firmar el libreto, y se nota desde el primer momento. Quizá, una de las características que le permite mantener una marcada idiosincrasia es la capacidad de estructurar sus universos en base a las luchas titánicas entre sus personajes. Aquí la tarea de hilar las cosas es compleja, porque, si bien en un capítulo trascendental de una saga culminante resulta difícil hacer que todo gire en torno a una única lucha, o como máximo a dos, en Estampida se crea un montaje paralelo donde el número de peleas se eleva hasta casi perder la cuenta. Por supuesto, todo se resuelve en una contienda final.

Para ello director y guionista se apoyan en uno de los mayores aciertos del filme, la convergencia y el homenaje casi a cada temporada materializado en algunos personajes clave: La peor generación entera, símbolo de la época imperiosa en la que viven coetáneos y enemigos o aliados de Luffy, el gobierno y Rob Lucci, la Marina, Sabo y la Revolución, antiguos enemigos convertidos a “amigos” como Crocodile, un último Hiken del añorado Ace… Es inevitable evocar, hasta con la puesta en escena (calibrando y escogiendo tamaños de planos según momento dramático) a Vengadores: Endgame (Avengers: Endgame, 2019). Casi el mismo planteamiento, un argumento, muy a grosso modo, parecido, y una ejecución similar (que sea animado ayuda a ello) permite un disfrute a la altura de la última gran obra maestra de Marvel. Esto es One Piece.

Lo mejor: Que el espíritu Marineford -la isla y centro del mundo- esté presente de principio a fin.

Lo peor: Se echa en falta la mano de algún Yonkou, especialmente el carismático Shanks (el héroe de la infancia de Luffy).

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