El ego de Tarantino sólo está a la altura de su genialidad, y en ella se recrea en este filme que estira al máximo los puntos más fuertes de su cine, llegando en muchos casos al exceso que hace que la octava peli del genio se quede en un título más de su excelente filmografía, pero sin alcanzar la excelencia.
Arranca la película dejándonos muy clarito que se trata de la octava cinta del director, que sólo le quedan dos más. Así que te sientas en la butaca dispuesto a ver una auténtica joya del séptimo arte, un western de un amante de los westerns que debería superar a la anterior, la perfecta y sublime Django Desencadenado. Y todo apunta a que será así. Las primeras escenas son pura técnica, pura magia. Nos situamos unos años después de la guerra que enfrentó al Sur y al Norte, con todo lo que ello supone. Una diligencia atraviesa las nevadas montañas de Wyoming, escuchamos el viento de fondo y las maravillosas y épicas notas de Morricone (nominado al Oscar). Y aparece Samuel L. Jackson en escena, un ex soldado del Ejército de la Unión reconvertido a cazarrecompensas que se ha quedado sin caballo y necesita llevar a tres hombres muertos a Red Rock. Empieza el espectáculo.
Y nos acordamos aquí de uno de los nombres que son sinónimo de cine y de western, John Ford y La Diligencia. Pero es un recuerdo breve, aunque es una de las partes de la película que más disfruté. Samuel L. Jackson da vida al Mayor Marquis Warren, y comparte viaje en esa diligencia con un soberbio Kurt Russell, John Ruth, otro cazarrecompensas, y su prisionera Jennifer Jason Leigh que da vida a la asesina Daisy Domergue. Viajan hacia Red Rock donde Ruth entregará a Domergue para que ésta sea ahorcada. Comienza así un viaje en el que habrá más sorpresas por el camino, hasta llegar a la posada en la que tendrá lugar el resto de la película.
En un pequeño espacio se encuentran los ocho odiosos y alguno más. Allí es donde Tarantino se pone a hacer lo que hace como nadie. Y es que no hay cineasta ni guionista que escriba diálogos como Tarantino, ni que sea capaz de crear una atmósfera tan densa como la que se respira en la posada de Minnie. El problema es que no puedes mantener la tensión al mismo nivel durante dos horas y cuando descargas esta tensión, ésta debería alcanzar un nivel apoteósico. Lo hace Tarantino en Django, en la escena en la que Dicaprio ofrece una cena a sus invitados en su mansión, pero lo hace durante un tiempo lógico. El ego tarantiniano le juega aquí una mala pasada.
Sin embargo y a pesar de ello la película, al menos a mí, no se me hizo larga. También es cierto que adoro el toque clásico que tiene, en esa ralentización del tiempo, en esas miradas que no sabemos que quieren decir, en esas réplicas y contrarréplicas que nunca se acaban. La película recuerda mucho a las novelas de Agatha Christie, aquellas en las que todos parecen culpables, en la que todos ocultan algo y al final hay sorpresa. Aquí ocurre lo mismo, en la posada de Minnie tiene lugar un suceso que guiará la última parte de la película y que acabará en un final curioso.
Y hasta llegar a ese final seremos testigos del fanatismo del director por la sangre, que no es ningún secreto. Litros y litros de sangre por todas partes y varios momentos sobrecogedores en el sentido más amplio y positivo de la palabra. Los actores son perfectos. Del primero al último saben perfectamente seguir las órdenes de un director que a muchos de ellos los conoce muy bien. Estupenda Jason Leigh, nominada al Oscar como actriz secundaria, y magníficos todos los demás, con unos excepcionales Madsen y Russell. Tim Roth, se pone de nuevo a las órdenes de Tarantino veinte años después de su último trabajo juntos (el capítulo del director en Four Rooms) para interpretar a Christoph Waltz, perdón, a Oswaldo Mobray, un lapsus. Y es que Roth es la viva imagen del grandísimo Waltz en Django, aunque cambiando al refinado dentista alemán por un verdugo inglés.
Así que con sus grandes aciertos, siendo fiel a su estilo y su manera de crear cine, sin renovarse y redundando en su genialidad, la nueva película de Tarantino sería mejor si no fuese de Tarantino. Porque los genios tienen esa cruz, superarse es casi imposible. Así y todo es una película que se disfruta, que tiene momentos espectaculares, con la que rompes a reír en los momentos más inesperados, una peli que es un derroche de talento de todo su equipo, incluido por supuesto Morricone… pero que simplemente no alcanza el nivel de otras.
Igual que su admirado Sergio Leone, Tarantino ha afirmado que hará tres westerns: el primero y perfecto, Django desencadenado, tenía mucho de “spaguetti western”, éste se aleja de esa concepción. Nos queda uno, lo esperamos impacientes desde ya.
Lo mejor: los actores, enormes todos ellos y por supuesto los diálogos, Tarantino escribe cada vez mejor.
Lo peor: nada nuevo, los rasgos característicos de Tarantino llevados al extremo.