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Neo-noir de terciopelo

Terciopelo Azul resultó ser en pleno año 1986 (gracias al “bache” que supuso Dune, debido a que una de las condiciones que aceptó Dino de Laurentiis para que dirigiera aquella, era que le financiaran posteriormente ésta, ofreciéndole total libertad creativa) la confirmación definitiva del talento y el asentamiento de las bases de ese estilo inconfundible que acompañará a David Lynch durante las posteriores décadas de su cine.

Lynch demuestra por primera vez en su, hasta el momento, corta carrera (aunque ya hubiera recibido una nominación al Oscar a Mejor Director), que ya no está frente a una primera película iniciática y rompedora como Eraserhead, ni un trabajo colectivo en que el director haya dado su particular toque, como sucedió con El Hombre Elefante, sino una obra completamente suya, controlada y cerrada, suponiendo también el film donde asienta su universo y crea un imaginario que servirá prácticamente para todos sus films posteriores (aunque continuamente lo intente renovar), con la situación del marco y del esquema estructural que vertebra todo el metraje.

Este esquema está construido alrededor del concepto de lo oculto, consiguiendo mediante la deconstrucción de la propia narración la suspensión del sentido del relato. Desde su inicio, con esa especie de “telón” azul que prepara inconscientemente al espectador para entrar en la representación que oculta tras de él (acompañada del inauditamente amplio tema del compositor Angelo Badalamenti, primera colaboración de las muchas que realizará con Lynch), o con las reacciones de los personajes, que acaban resultando en su mayoría inexplicables (en especial las de Frank), alcanzando una gran fuerza expresiva gracias al misterio que encierran las actitudes y comportamientos, lo que provoca la incapacidad por parte de los espectadores para saber exactamente qué significan o qué buscan (ecos de La Ventana Indiscreta de Hitchcock, con esa observación por parte de nuestro protagonista, entre enfermiza y fascinada a sus “vecinos”, intentando comprender los por qué de dichas situaciones, y que acaba resolviendo un crimen prácticamente sin proponérselo), precisamente en la duda que se crea entorno a ellos y las situaciones en que se ven involucrados, la mayoría sin resolver y que, en el fondo, suponen un reflejo perfecto del ser humano, incomprensible y opaco por naturaleza, que no puede analizarse en parámetros empíricos (algo que Lynch, a partir de esta película, tomará como norma inquebrantable en sus siguientes films).

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Este concepto ya tanteado en sus anteriores películas y que es considerado tan lynchiano, el de “lo extraño que encierra lo cotidiano”, esta vez está logrado en gran parte gracias a su peculiar uso del montaje (y que recuerda mucho al utilizado antaño por Bresson), mostrando los decorados vacíos antes que aparezcan los personajes en el cuadro o después de que lo abandonen, creando así, mediante la elección del momento en el punto de corte o aparición, un cambio en la percepción de la imagen por parte del espectador, pasando de algo trivial y anodino a algo muy inquietante.

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Pero si por algo Terciopelo Azul es una grandísima película es, sobre todo, por el fabuloso dominio que demuestra Lynch de todos los elementos cinematográficos y expresivos, demostrándolo, por ejemplo, gracias a un uso titánico de atrezzo (el gorrito del niño que esconde bajo el sofá el personaje de Rossellini, representando ese mundo perdido por ella, y que no logrará recuperar hasta cerca del final, en la escena en que reaparece el hijo con él puesto, o la máscara respiratoria del personaje de Hooper, que logra crear una resonancia o eco magnífico, cuando finalizado el clímax, una Dorothy herida es trasladada en ambulancia y le colocan una máscara de oxígeno, relacionando el sentido de su verdugo y las consecuencias que ha producido en la víctima)…

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… o de las metáforas (histórica resulta ya la inicial, con la manguera enganchada y que prácticamente produce el ataque al corazón del padre, indicándonos que algo oculto hace que las cosas no funcionen como deberían)…

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… e incluso mediante los movimientos de cámara, mediante el uso de travellings de entrada y de salida, como el mítico inicial, introduciéndose entre la hierba y mostrándonos los insectos que se esconden bajo del bucólico paisaje, relacionándolo directamente con el submundo en el que se adentrará el protagonista, al igual que el mismo movimiento introductorio en la oreja sesgada encontrada, representando esa entrada en el mundo de pesadilla, y su movimiento antagónico durante el desenlace, saliendo de la oreja de nuestro protagonista, indicando que ha conseguido escapar de la pesadilla vivida hasta el momento (aunque el final cíclico de la cinta, tal y como se inició con los bomberos de nuevo saludando y las flores brillando, no deje del todo claro si se ha conseguido huir o no de dicha ensoñación).

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Mención aparte merece el trabajo con la luz, por parte de su director de fotografía, Frederecik Elmes, demostrado, por ejemplo, en el contrapicado desde la parte inferior de las escaleras cuando el protagonista abre y cruza la puerta (será la primera vez que vaya al apartamento de Dorothy), con una marcada utilización del claroscuro más absoluto para ilustrar ese paso de la luz a las tinieblas y el comienzo de su personal descenso a los “infiernos”, o durante el viaje en coche con Frank y sus secuaces dónde las luces y los colores consiguen una abstracción total (no se sabe de dónde provienen ni que las provocan, con colores, aparentemente, incoherentes con el marco que las produce) para relacionarlo con la desorientación y la inquietud que sufre el protagonista en dichos momentos.

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Terciopelo Azul remite constantemente al thriller, si bien no encierra muchos elementos de dicho género, aunque Lynch, magistralmente, consiga presentarlo en diferido impidiéndonos asistir directamente a algunos acontecimientos que resultan muy importantes dentro del desarrollo del film y que suponen la creación del anteriormente citado sentido suspendido, haciendo referencia de nuevo a elementos ocultos, y que acaban resultando tremendamente coherentes con gran parte de la construcción de la historia y de sus personajes: la primera vez que contacta con el policía, las fotos que le muestra pero que no hemos asistido a la toma de las mismas, nadie explica por qué Frank secuestra al marido e hijo, ni el motivo de la oreja, ni los misterios que el inspector comenta a Jeffrey (¿incesto?¿conspiración?), o en su clímax final cuando descubrimos el ataque de la policía a la banda de malhechores mediante una radio, por la cual vamos escuchando parte de lo que sucede en la acción, con breves cortes de imágenes, etc.

Todo esto y muchísimo más hacen que Terciopelo Azul supusiera uno de los acontecimientos cinematográficos más sugerentes producidos en toda la década de los 80, que significó para Lynch su segunda nominación al Oscar a Mejor Director (esta vez arrebatado por el Oliver Stone de Platoon), pero también algo mucho más importante: demostrar (por si a alguien todavía le quedaba alguna duda) su incuestionable valía como cineasta y obtener carta libre para su siguientes trabajos, con los que conseguiría alzarse con una Palma de Oro y revolucionar algunos de los conceptos incuestionables de la televisión en la época. Ahí es nada.

Por Jose Antonio Bracero
@Bracero666
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