Conéctate con nosotros

Recomendación de la Semana

New York, New York: La ciudad de las estrellas de Scorsese

La época de premios de las academias cinematográficas, sumado a lo prolífico de la cartelera en fechas navideñas, suele traer consigo algunos de los títulos más brillantes y esperados de la temporada. Este año no ha sido una excepción: Silencio (Silence, 2016) y La La Land (2016) son dos trabajos a los que tenemos que estar enormemente agradecidos por sus grandísimas virtudes y sus pocos defectos. La primera nos recuerda que sigue existiendo un realizador superdotado conocido como Martin Scorsese que, nos guste más o menos, siempre sabe lo que hace (¡vaya si lo sabe!), y la segunda nos devuelve uno de esos géneros que se caracterizan por ser extremadamente disfrutables: el musical clásico, que le hace preguntarse a uno por qué fuerza sobrenatural e inexplicable no se hacen más películas de este tipo. Una vez escogidos los ingredientes, solo nos queda introducirlos en la coctelera del tiempo y agitarla con ímpetu hasta que quede todo bien mezclado. Resultado: New York, New York (Martin Scorsese, 1977). No se trata del mejor film del cineasta neoyorkino, ni mucho menos, pero sí de uno por el que merece romperse una lanza (y las que hagan falta), ya que en su momento ni la taquilla ni la crítica le hicieron justicia. Si bien es cierto que carece del poderío y la perfección de Taxi Driver (1976) –trabajo previo de su director que le granjeó a este la Palma de Oro en el Festival de Cannes–, hay que dejar claro que New York, New York es mucho más que el emblemático legado que dejó en forma de pieza musical homónima.

Una primera mitad simpática, divertida y muy trepidante nos introduce de lleno en la atmósfera del musical clásico sin necesidad si quiera de espectaculares números coreográficos ni rupturas de la acción por medio de estos –principal característica de este género cinematográfico–, y es que Scorsese consigue recrear el sentimiento de esperanza extendido en Estados Unidos tras el final de la Segunda Guerra Mundial contándonos una historia de amor desde un prisma de maravillosa irrealidad y felicidad en las que nada es imposible. La energía de un Robert De Niro que encarna a un impetuoso y sobreactuado (¡ojo!, el personaje, no el actor) saxofonista pícaro se alía con la candidez emanada por Liza Minelli, dando como resultado una relación de lo más inocente y naíf, tierna ingenuidad que orquestará toda la primera parte de la cinta y que nos demostrará que los sueños y el amor son capaces de hacer temblar los rascacielos más altos. Si este tratamiento no es el de un musical clásico, que baje quien tenga que bajar y lo vea.

La segunda mitad del metraje sigue gobernada por los hilos implacables de un director excelso, si bien es cierto que el mensaje trasmitido en ella puede crear controversia: ¿el musical clásico realmente había quedado obsoleto? Puede que si este pensamiento no se hubiera apoderado del panorama cinematográfico de la época la situación de este género hoy día sería mucho más esperanzadora, pero está claro que dudaban de la recuperabilidad de ese “contar la trama a través de canciones” cuando dos años más tarde Bob Fosse estrenó Empieza el espectáculo (All That Jazz, 1979) y tres después Coppola hiciera lo mismo con Corazonada (One From the Heart, 1982), trabajos que gravitaban alrededor del mismo discurso que New York New York. Así pues, en la película que nos ocupa, tras esa explosividad y esas metas alcanzadas en un abrir y cerrar de ojos –a propósito irreales–, todo se desmoronará dando paso a las dudas, la decepción y la locura. Esta locura permite a Robert De Niro hacer gala de su camaleónico registro mutando de la comedia más extravagante al drama más contenido. En esta parte de la cinta, el cineasta nos muestra cómo aquello que en su momento floreció ágilmente y sin obstáculos se da de bruces con un coloso llamado tiempo, al que no escapan ni el amor ni ciertos géneros cinematográficos. Al final del largometraje nos encontramos con una licencia absolutamente lícita de Scorsese al recrear un número musical al más puro estilo clásico –al fin y al cabo, los está homenajeando–, y con el que sentencia su mensaje al mostrarnos que no es real, sino simplemente parte de una película que, “fortuitamente”, lleva el título de “Finales felices”: los años han pasado y Estados Unidos vuelve a estar en guerra, ya no quedan finales felices… ni para los personajes ni para los musicales.

De esta manera nos habla el realizador neoyorkino de que hubo un tiempo maravilloso en el que el cine musical podía con todo y que alargar dicho idilio entre música y baile y la gran pantalla no podía traer nada bueno (mejor dicho, nada nuevo). El mensaje, nos guste o no (y nos guste o no la película), queda clarísimo y se nos trasmite de manera directa, pero, ¿y si el maestro se equivocaba?, ¿y si todos sus colegas estaban en un error? ¿Podrá la clasicista La La Land revivir un género al que le debe tantísimo el séptimo arte? Tal vez “la ciudad de las estrellas” esté más cerca de la cuna de Scorsese que de una colina con un letrero blanco…

Por Martín Escolar-Sanz
Hazte con todas las Novedades --->

Click para comentar

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Anuncio

Lo mas vistos

10 cosas sobre Voldemort que quizá no sabías

Reportajes

Hazte con todas las Novedades --->