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Netflix: Animes indispensables (Parte I)

Fullmetal Alchemist: Brotherhood (Hiromu Arakawa, 2009)

La subversión de un universo o de una historia real es uno de los capítulos más reiteradamente utilizados por los realizadores japoneses. Bajo una visión subjetiva, la historia de los hermanos Edward y Alphonse Elric puede encararse bajo esta premisa. El traslado a animación en este caso consiste en una traslación alternativa de la Segunda Guerra Mundial, con sus trasuntos de supremacía fascistas (homúnculos – humanos), Führer y las SS (King Bradley y el ejército de Central), etc; pero enfrentado a magia, a fantasía y a alquimia. Fullmetal Alchemist: Brotherhood es una adaptación homónima del manga de Hiromu Arakawa y también anime Fullmetal Alchemist (2002 – 2004). La nueva revisión de los Elric, Scar, Mustang y compañía, se produjo por petición y reclamo popular. Los fans demandaban una adaptación animada que fuese fiel al manga original y la versión del 2001 había cumplido hasta cierto punto, es decir, cubría el total de la narrativa en papel, pero sus creadores decidieron dar un paso más y continuar la historia ya sin una sujeción en la que basarse, apostando por la creación de contenido. Eso tuvo más detractores que defensores y en el año 2009 se creó la muy fiel e innovadora obra maestra Fullmetal Alchemist: Brotherhood. La crítica quizás más importante que sufrió la primera versión fue que la fidelidad a unos trazos, a un estilo y a un sello autoral fuese obviado en algunos capítulos para favorecer el espectáculo épico y oscuro, cuando principal y paralelamente a la trama, lo que domina las imágenes es el humor hilarante con sus consiguientes desfiguraciones faciales típicas de los trazos del manga o la exageración de situaciones embarazosas.

En un mundo regido por leyes marciales, el ejército de Amestris (podría ser perfectamente la Alemania nazi) cuenta con un grupo de súper soldados llamados alquimistas nacionales, que, con el «Intercambio Equivalente», son capaces de manejar, dominar y manipular materia a su antojo convirtiéndola en el tipo de arma necesaria según tu ascendencia. El problema nace cuando una serie de asesinatos conspiranoicos desatan el caos y la incertidumbre. Los hermanos Elric, después de un catastrófico intento de resucitar a un ser querido mediante la Transmutación Humana (tabú entre los alquimistas) deciden ir en busca del único objeto que  podría devolverles a esa persona: la piedra filosofal.

Todo en FMA está correctamente hilado, desde la trama hasta el espectáculo de escenas de acción, manteniéndose en todo momento la lógica y coherencia para que no se desgrane nunca su rico universo. Por encima de ello, su mejor cualidad es la variedad de personajes y sus respectivas construcciones. Su narrativa está bien anclada a la historia (compleja y original) y su nivel técnico es, cuanto menos, notable. Por supuesto el duo protagonista, Edward y Alphonse son la brújula por la que debe guiarse la historia, pero están apoyados por un gran número de personajes igual o más importantes que ellos. Sus interacciones, por momentos, pesan más que las propias secuencias de acción (claras, limpias y siempre en constante movimiento). La mitología, la religión y la pureza siempre estarán presentes para adornar cada historia y el pasado y el presente de cada personaje.

Naruto (Masahi Kishimoto, 2002)

Donde en unas historias abundan temas sociales, filtraciones en clave animada de sucesos reales, otras están basadas en la pura mitología asiática. Tal es el caso de Naruto, el manga y anime creado por Masahi Kishimoto.

La historia se centra en tres adolescentes que forman equipo para desarrollarse como ninjas y poder convertirse en el líder de una nación o alcanzar una ansiada venganza familiar. Naruto Uzumaki, Sasuke Uchiha y Sakura Haruno, forman el equipo «7» bajo la supervisión de Kakashi. Viven en la villa oculta de la hoja, y están en  constante enfrentamiento con las villas fronterizas. La mitología resurge con la aplicación de cuentos milenarios como la aparición de seres mágicos como el zorro de nueve colas (ser anclado a toda mitología asiática, concretamente a China y Japón) y la inteligente aplicación de los cuatro elementos fundamentales, tanto a nivel geográfico (país del fuego, villa oculta de la hoja, etc;) como a nivel de técnicas de lucha: tierra, mar, agua y fuego.

Desde el estreno en papel en 1998 y su posterior adaptación a serie de televisión en 2002, Naruto ha demostrado estar a la altura de los grandes protagonistas del género de las últimas décadas, estando al nivel de clásicos como Dragonball (Akira Toriyama, 1988) y compitiendo con su casi compañero de habitación, One Piece (Eichirō Oda, 1997). Siempre en la lista de los más vendidos y visualizados, esta serie encaja a la perfección con todo tipo de público, aunque si bien es cierto que esta primera parte (años después se estrenaría su secuela y muy sobresaliente Naruto Shippūden (2007)) está enfocada hacia el público más infantil, pronto el más adulto se sentaría junto a ellos a disfrutar como uno más de la historia de estos ninjas.

El nivel crece con la sucesión de episodios en un perfecto amalgama de luchas y trama. Como todo buen anime, no está falto de humor, conspiraciones y mucho amor. Pero es en la amistad y en el afán de superación de sus protagonistas donde verdaderamente reside el corazón de esta serie. El nivel técnico es idóneo para el disfrute de sus escenas de acción teniendo en cuenta que se trata de un anime de hace más de veinte años y, su tratamiento narrativo, tanto en esta primera parte como su futura secuela, juega a la perfección con el recurso del flashback, motor que gestiona las motivaciones de cada personaje a la vez que ofrece las explicaciones necesarias al público para mantener el interés y la tensión.

Cowboy Bebop (Shinichirō Watanabe,1998)

Cada producto lleva su sello y su autoría, más aún tratándose de un elemento narrativo tan peculiar como una serie animada donde cada creador firma de tal manera que su obra permanezca identificable ante cada estreno y el paso de los años. Pero como en todo conjunto de obras, cada una lleva consigo una impronta, un sello que suscita la lectura de un gran sello de autor. Y, con Cowboy Bebop, es el caso.

Muchas series comienzan con un alto nivel de diferenciación, en parte por destacar entre otras series y en parte, también, por el aprovechamiento de la cultura japonesa y, por ende, la asiática. El problema llega cuando una vez explotados y referenciados todos los argumentos y homenajes, las historias suelen cojear y derivar hacia (la mayoría de las veces) la misma fórmula. Con la joya de Shinichirō Watanabe ocurre que, desde el primer episodio, la serie ilumina cada una de las facetas que se propone; desde un discurso narrativo que prima los tiempos y espacios de la serie, metafóricamente hablando se trata a su nave (la Cowboy Bebop) como tal, hasta un motor de gran fuerza alegórica e inclusiva que convierte a todos sus personajes según las motivaciones de cada uno; pasando por la banda sonora de Yōko Kanno. Cada capítulo está sometido al ritmo y fuerza estructural de las canciones de Jazz, es decir, funciona como un elemento narrativo más. O quizás el más importante. Como sea, Cowboy Bebop rebosa autoría en cada apartado creativo y gracias a ello está considerado como el gran anime de culto y uno de los más importantes e influyentes de la historia. Sus trazos y movimientos son pertenecientes a la generación de los 90, escuela de la que también se nutren otros conocidos títulos que se analizan en este reportaje.

La trama se centra en la vida de dos tripulantes de una nave llamada Cowboy Bebop, Spike y Jet. El resto es historia.

Samurai Champloo (Shinichirō Watanabe, 2004)

Después del rotundo éxito tanto de crítica como de público (un poco más de lo primero), la Autoría ha vuelto, Shinichirō Watanabe ha vuelto… para quedarse. La odisea espacial y jazzistica supuso un soplo estilístico en comparación a los demás animes coetáneos, especialmente a los arraigados a las publicaciones Shōnen (publicaciones masivas dirigidas al adolescente masculino).

Con Samurai Champloo, Watanabe vuelve a utilizar la fórmula mágica que le funcionó con Cowboy Bebop (1998). Repite su planteamiento estilístico basándolo aquí atentamente en la belleza de los trazos finos y espigados y, sobre todo, las imágenes vuelven a tener como mayor y más importante sustento, a la música. La banda sonora está completamente ligada a la estructura narrativa facilitando la inmersión en la trama o la evasión necesaria para el disfrute de las canciones. En Cowboy Bebop los temas eran pertenecientes al género Jazz, aunque estas vez cambia radicalmente el estilo y rodea a todos los episodios del ya clásico Rap americano transgresor de los años 90 (algunos de los grupos que suenan son japoneses, como el productor Nujabes).

La trama gira en torno a dos samuráis, Ken y Mugen, que se ofrecen a cambio de un techo y comida, a acompañar a una chica, Fu, en busca de otro samurai, que supuestamente huele a girasoles. Ellos prestan sus servicios marciales y ella todo su ingenio, simpatía y voluntad para unir a un grupo hasta convertirlo en una suerte de amistad.

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