Cómo gusta cuando los nominados a “X” premios dan la talla suficiente para poner difícil la deliberación final. Si éstos son los Oscar, la incertidumbre as aún más emocionante: Tal es el caso de «Nebraska», porque Bruce Derna sus 77 años no tiene nada que envidiar a Di Caprio, McConaughey, Ejiofor o Bale.
Esta película no encierra una América artificial. Tras su primera road movie, «Entre copas», Alexander Paynese inmiscuye entre los pueblos áridos por carretera. Aquí ya se deja de hobbies para sibaritas y viñedos: El cineasta enseña ahora cochambrosos bares donde obreros barrigones, ataviados con camisas a cuadros y gorras de publicidad, miran la vida pasar bebiendo cerveza en la barra mientras oyen de fondo música country para escapar de sus casas, unos cuartuchos que comparten con sus familias para reunirse alrededor de la televisión en salitas que dejaron de decorarse en 1979. Sí, la gran potencia del mundo tiene una cara B bastante tediosa y lóbrega: La América rural, para ser exactos.
Ahí se sitúa Nebraska, este viaje a la ilusión descarnado y mezquino, con las verdades por delante, aunque éstas duelan y ya no tengan solución. El protagonista, Woody (Dern), es un hombre complejo, reticente, testarudo y muy cascarrabias, al que Payne dibuja tan sutilmente bien, que durante este viaje a ninguna parte el espectador le tomará cariño, como al resto del elenco.
El director de «A propósito de Schmidt«forja una comedia dentro de un drama (o al revés) con un cautivador doble viaje: el exterior, de Montana al pueblo natal de Woody, ubicado en el estado que da título al filme, y el interior –que suele ser el interesante en toda road movie que se precie-, el del terco anciano.
El director de «A propósito de Schmidt«forja una comedia dentro de un drama (o al revés) con un cautivador doble viaje: el exterior, de Montana al pueblo natal de Woody, ubicado en el estado que da título al filme, y el interior –que suele ser el interesante en toda road movie que se precie-, el del terco anciano.
Como Dorothy hacia Oz, o Don Quijote a la búsqueda de andanzas, este hombre parte a Nebraska para que le den un premio que cree haber ganado. Tal penosa premisa inicia un relato muy agridulce que habla del temible paso del tiempo, de los sueños por cumplir y de desguazar la idea de que las familias felices existen; y si existieron, fue por un periodo corto de tiempo debido a la inopia.
June Squibb, una actriz que bien podría hacer de abuelita encantadora, interpreta a su esposa, la mordaz Kate. Bajo ese rostro redondo con mofletes mulliditos se esconde el personaje más punzante y que remata a cualquiera con la ironía que sale de su boca. Tampoco a Squibb se lo van a poner fácil en la carrera hacia el Oscar como secundaria, pero méritos para ganar desde luego no le falta.
Los hijos de la pareja son dos pobres almas en pena, con la diferencia de que uno, David, lleva mejor su insignificancia, y el otro, Ross, aún posee delirios de grandeza. Will Forte está formidable en la piel de David, que cumplirá el rol de Sancho Panza en la peculiar Odisea e intentará que su tozudo padre ponga los pies en la tierra. Este hijo generoso e ingenuo descubrirá las caras ocultas de su padre a la vez que el intérprete enseña sus dotes como actor, que hasta ahora estaban relegadas a trabajos de secundario. Y Bob Odenkirk (el Saul Goodman de Breaking Bad), recrea magistralmente una vez más al fracasado que todavía se cree triunfador. Stacy Keachdeslumbra como Ed Pegram, el envidioso vecino y ex colega de Woody, un individuo detestable y muy representativo de la competitividad tan típicamente estadounidense.
El blanco y negro de la fotografía iguala más a los personajes con el paisaje, mientras que aporta la alusión al pasado que el mismo cineasta hace: ésta es una introspección filmada con calma y mimo, capaz de transmitir belleza casi poética plasmando a rednecksmalhablados con furgonetas polvorientas.
Con halos al estilo de los Coen, con semejanzas a «Una historia verdadera» de David Lynch, y con ganas de alejarse de la calculada «Los descendientes», esto es un canto a la debilidad humana, esa que se merma por la melancolía y la monotonía, y que finalmente lidia con sus asperezas y sus realidades.
Lo mejor: Una historia simple que desgarra mediante risas y penas.
Lo peor: El ritmo pausado puede jugar en su contra.
Por María Aller
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