Treinta años nada más y nada menos cumple este thriller pasional teñido de comedia donde la figura de la mujer se alza con todo el poder, como en la gran mayoría de películas de Pedro Almodóvar. De agudo humor negro, el film utiliza el efectivo recurso de las historias cruzadas (siempre que esté bien ejecutado), que aporta ritmo, tensión y la posibilidad de conocer a los extravagantes personajes que se van incorporando a los dos días más desquiciantes de Pepa (Carmen Maura), personaje que intenta ponerse en contacto con su ex pareja Iván (Fernando Guillén), que ha decidido abandonarla de un día para otro. A lo largo de la búsqueda, la protagonista, con sus respectivos ataques de ira y depresión que intenta aplacar con grandes dosis de somníferos, se irá dando cuenta de lo poco que vale luchar por el amor de un hombre cobarde y mujeriego al que tiene más que calado. «Conozco todos sus tonos de memoria«, pronuncia tras escuchar un mensaje de él en el contestador, cuando por fin va abriendo los ojos.
Lucía (encantadora Julieta Serrano), una mujer anclada en los 60, de aspecto cursi y decadente y con serios arranques de comportamientos psicóticos; su hijo Carlos (Antonio Banderas), un joven tartamudo sobre el que recaen todos los traumas y desdichas de su madre; la novia de éste, Marisa (Rossy de Palma); y Candela (María Barranco), que consigue hacerse con el protagonismo del largometraje en muchas escenas por su frescura y su innegable talento para la comedia. Todos ellos acabarán reunidos en el piso de Pepa, cada uno por su motivo, aunque al final los una un problema común: el desconocido paradero de Iván. Se sumarán otros personajes entre conversaciones disparatadas y un gazpacho aderezado con orfidales. Casi nada.
Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), forma parte de la época dorada del director manchego, o, al menos, del flujo de películas que lo convirtieron en un icono por sus cintas extravagantes, provocativas y plagadas de un peculiar humor que aúna costumbrismo y oscuras pasiones con títulos tan emblemáticos como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), ¡Átame! (1989), La ley del deseo (1987) o Tacones Lejanos (1991). En este periodo de finales de los 80 y a lo largo de los 90, Almodóvar consigue crear un universo propio, gracias a su talento como director, su mimo por cualquier detalle (banda sonora, estética y uso del color, fotografía…), pero también por saber rodearse de actores naturales y convertirlos en auténticos fetiches: Maura, de Palma, Loles León, que también participa en la homenajeada de hoy, así como la maravillosa Chus Lampreave: tierna, deslenguada, inocentemente malévola…, no hay película en la que se pueda apartar la vista de ella.
Y, por supuesto, el punto fuerte de Mujeres al borde de un ataque de nervios, así como del resto de la filmografía almodovariana de la época, es sin duda el guion: diálogos y frases que se han convertido en lemas de casi cualquier cinéfilo: «Esto debe ser cosa de terrorismo» o «Lo siento señorito pero yo soy testigo de Jehová y mi religión no me permite mentir» (¡otra vez tú, querida Chus!) son solo dos perlitas del film que abordamos.
Así, Mujeres al borde de un ataque de nervios, se convierte en una película de historias cruzadas, donde el humor se da la mano con la tragedia y la locura (muy propio del director también), en el que la tensión no se pierde hasta el último momento y en el que se nos quiere demostrar la fuerza y poder de supervivencia de la mujer. Observamos la evolución de la protagonista, al principio un ser totalmente anulado por la angustia de un amor perdido que poco a poco se va recomponiendo en mitad de un caos total provocado por situaciones rocambolescas. A pesar de esto, he catalogado de thriller a la película por su trama, además de por la evidente inspiración del manchego al cine clásico de suspense: el uso de la música, primerísimos planos, ángulos de cámara propios de ese género o el travelling de Lucía en la cinta del aeropuerto, donde espera poner fin de manera drástica a su odio contra Iván, son algunos buenos ejemplos.
Al final, una sencilla pero efectiva secuencia pone la guinda a este pastel. Pepa vuelve a casa, tras dos días de auténtica locura (que se refleja también en el aspecto de su hogar) y retoma la calma con estoica sobriedad, dejándose llevar por una conversación trivial. Un ejemplo perfecto para demostrar que la vida siempre sigue, aunque se presenten como infranqueables las piedras en el camino.
Por Adriana Díaz
