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Críticas

Moonwalker: El paseo del mito

En 1988 y con gran expectación se estrenaba en medio planeta Moonwalker, trabajo que pretendía resultar, además de un divertimento con tintes fantásticos, un homenaje con estilo marca de la casa al que ya por aquel entonces se había bautizado como «Rey del pop». Michael Jackson, siempre dispuesto para las exigencias de lo cinematográfico -había protagonizado años antes una peculiar versión de El mago de Oz o trabajado a las órdenes de Francis Ford Coppola en Capitán EO (Captain EO, 1986)- correteaba, bailaba y se reía al ritmo de algunas de sus canciones más conocidas mientras un derroche de efectos especiales lo convertían en conejo o en nave espacial. Antes de eso, Moonwalker ponía al respetable en antecedentes con unos preliminares entregados a lo musical; el tema Man in the Mirror es el prólogo de una película que se esfuerza en destacar la figura del cantante sin olvidar repasar las imágenes iniciáticas de Jackson como artista, utilizando sus primeros quince minutos como una ventana por la que van pasando imágenes icónicas y temas emblemáticos de los Jackson Five hasta llegar a una versión protagonizada por niños del videoclip Bad. Es por esto que Moonwalker no es exactamente una película. O sí.

Desde el principio quedan patentes sus formas de fidelidad al músico; todo gira en torno a su figura y cada fotograma del metraje está pensado para el lucimiento de Jackson a través de escenarios que ponen de manifiesto su carácter infantil y un leal sentido del espectáculo. Preocupado por esta cuestión un tanto narcisista, el film, que se construye a base de episodios que intercalan las actuaciones musicales con alguna trama escrita para la ocasión, tiene en su conjunto algunos problemas de planificación argumental, siendo esa concepción ligeramente anárquica por la que Moonwalker parece no funcionar ni como película de aventuras, ni como película musical. En una valoración inicial podría pensarse que el film es una amalgama de scketches de diferente calado que bien podrían verse por separado sin echar de menos el resto, pero visto en perspectiva y treinta años después de su estreno, el juicio podría cambiar de color. El prisma del tiempo y un mejor conocimiento de la figura de Jackson dentro y fuera de los escenarios han contextualizado alguno de los tramos de una película que no pretendía convertirse en el acontecimiento del siglo, tan solo en el reflejo fílmico de una mente creativa entregada a cumplir las expectativas del show business musical y de un número de fans cada vez mayor y más incondicional.

Tres décadas han servido para que algunos negacionistas hayan dado su brazo a torcer ante el poderoso influjo de un artista único. Si ya en vida Michael Jackson puso del revés la idea de cómo podía hacerse música y poner al mundo a unos pies vestidos con calcetines blancos y mocasines negros, fue después de su muerte que muchos de sus detractores hicieron hibernar el odio para dar paso a la razón: Jackson había sido un autor extraordinario y su aportación al mundo de la música fue, era y será un legado imperecedero. Hoy, Moonwalker es parte de aquella carrera por marcar la diferencia, pues Jackson tuvo siempre claro que compartir su talento pasaba por cruzar los límites de la realidad. Nada mejor que el cine para materializar ese mantra y nada mejor que una fantasía pop para subrayar la bondades del icono. En la película, paparazzis y fans de plastilina corriendo tras Jackson o un conejo animado que lo retaba a un duelo de bailes al ritmo de Speed Demon, podrían ser metáforas de una trayectoria marcada por el acoso sensacionalista y una necesidad imperante de hacer disfrutar a la gente, seguidores del pasado, el presente o el futuro que está por venir y en el que Michael Jackson reservó habitación desde que se comenzase a dejar la piel con 8 años en aquel garaje de Gary, su ciudad natal.

Debería, pues, revisarse Moonwalker como la montaña rusa vital en la que Jackson viajó continuamente -y que además escenifica en un momento de la película en su revelador tema Leave Me Alone-. Reluce su sonrisa en esta fanfarronada simpática que también reserva secuencias para lo emotivo. La película es algo ingenua, como también lo eran sus dos directores Jerry Kramer y Colin Chilvers, pero se aprecia el deseo por innovar, divertir y deslumbrar en pasajes en los que lo de menos es lo descompensado de su carga tragicómica. El reestreno en salas, coincidiendo con su treinta cumpleaños y los sesenta que Michael Jackson hubiese cumplido el 29 de agosto, nos invita a dejar pasar sus defectos para admirar sus virtudes, aquellas que por aquel entonces hacían vislumbrar el singular talento que aún quedaba por descubrir y que pareció desaparecer un infame 25 de junio de 2009. Nada más lejos de la realidad, pues los pasos del caminante de la luna, que cerraba la película arengando a las masas con su versión del Come Together de Los Beatles, resuenan aún para recordar lo que significó ser el mayor espectáculo del mundo.

Lo mejor: Su primer cuarto de hora y el duelo de bailes.

Lo peor: Por aparatoso, su tramo final pierde encanto.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum
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