Resulta gratificante comprobar la llegada de la temporada de invierno cuando repasamos la cartelera de nuestro cine habitual. Los blockbusters del verano y la superficialidad de las comedias fáciles de digerir que el público acostumbra a reclamar durante el agotador clima estival, ceden ahora cierto espacio en las pantallas aguardando la llegada de las nuevas propuestas con hambre de galardones. Solemos hablar de películas de mayor complejidad argumental que pueden suponer una digestión más densa en el espectador, generando lances desafiantes para impedir que nuestras neuronas queden congeladas. Al igual que ocurre en el cine, esta característica de componente estacional en la parrilla de entretenimiento ha pasado a moldear también en cierta manera las propuestas de la nueva Edad de Oro de la Televisión; una época donde destaca la firma HBO como germen primigenio, perseguida ahora cada vez más de cerca por otras productoras como Netflix, quien esta temporada se ha encargado de presentar su thriller más perturbador y mejor estructurado: Mindhunter (2017), una propuesta desarrollada en formato televisivo de diez capítulos concebidos como un provocador reto argumental que el calor de una manta y la comodidad de nuestro sofá nos ayudarán a superar en este frío invierno.
La serie, creada por Joe Penhall –guionista en la adaptación cinematográfica de The Road (2009)-, encuentra su filón en el desarrollo de un estudio acerca de los detonantes que llevan a algunos individuos a convertirse en el terror de la sociedad. El ágil desarrollo del diálogo aparentemente complejo y la potencia de las imágenes mentales que dichos textos proyectan, no tardan demasiado en reflejar el claro legado de uno de los mayores genios del thriller contemporáneo, David Fincher, quien ha participado activamente en su producción y dirección, apadrinando el resultado y fomentando el alcance mediático del drama.
Los primeros compases de este intrigante vals despliegan una contundente introducción que quizás provoque el rechazo de algunos espectadores, mientras que muchos otros caerán en sus redes viéndose abocados a adentrarse en un mundo de criminales tan desconcertados, como desconcertantes; seres que habitan realidades lejos de cualquier orden social o racional, y cuyos perfiles psicológicos dibujan una silueta sanguinaria, manipuladora, desquiciada… un boceto de personalidad que, lejos de repelernos, nos atrae reflejando un pasado en forma de sombra marchita, reprimida e incomprendida, el cual será el objeto que los protagonistas lentamente tratarán de descifrar.
Siguiendo la inmersión en este mundo de perturbados, no tardamos en disfrutar del ritmo constante que abarca toda la temporada y se debate continuamente entre macabros silencios y los efectos sonoros más refinados que podamos ver en televisión, mayoritariamente bañados por una banda sonora capaz de generar la tensión requerida, o despertar el lado más rockero al regalar brillantes momentos musicales. En el trascurso de los primeros capítulos, descubrimos además uno de los mayores aciertos de la producción, pues a lo largo del estudio comandado por los agentes Holden Ford (Jonathan Groff) y Bill Tench (Holt McCallany) no encontraremos crímenes con escenas explícitas ni casquería sensacionalista, sino relatos escalofriantes que perderían a estos personajes en laberínticas trampas mentales si no fuera por la magnífica sustentación que los personajes femeninos ejercen sobre la trama. Wendy Carr (Anna Torv) formará el tercer vértice del triángulo en la investigación, encargada del análisis psicológico de las toneladas de datos recogidas por sus compañeros, mientras que Debbie Mitford, pareja de Holden en la ficción, (fantástico papel de Hannah Gross) aportará buena parte de los momentos más lúcidos y reflexivos gracias a diálogos enriquecedores surgidos de la contraposición de los personajes.
El avance de la serie y la ambientación en la que se encuentran envueltos los personajes nos hacen también ratificar algunas de las primeras comparaciones que surgen al ver el apellido Fincher, antes incluso de pulsar el play; sin duda, en su fotografía recordamos una paleta artística similar a Seven (Se7en, 1995), aunque su carencia de violencia literal desvía la acción hacia el humo denso de los cigarrillos de oficina e interrogatorios siguiendo la estela de Zodiac (2007), para lograr entender mentes criminales basadas en asesinos reales, cercanas al nivel de la ficción del personaje de Hannibal. En cambio, es agradable descubrir que, a pesar de temer por la sobreexposición a lo conocido, la suerte de destino del drama, y su buen hacer, logran escapar del pecado que en ocasiones supone la admiración radicando su éxito en la combinación de tres líneas narrativas bien equilibradas.
La primera de dichas vías, y más habitual como directriz básica del género detectives, la encontramos cuando el guion busca responder a la pregunta Whodunit? (¿Quién lo ha hecho?), a pesar de que en esta ocasión no supondrá un elemento de avance dado que las investigaciones de dicho hilo argumental quedan relegadas a pequeñas subtramas en las que los protagonistas tratan de aplicar sus nuevos métodos de entendimiento psicológico de los asesinos. La formulación de dichos métodos es la respuesta a la pregunta que se convierte en el verdadero leit motiv del show: Why he did it? (¿Por qué lo hizo?). En tal proceso de introspección hacia la mente del asesino es precisamente donde nace el tercer camino de la narración, punto en el que la coraza de impermeabilidad sentimental de los personajes se debilita y sus personalidades son invadidas por la pregunta más transcendental; Could I do it? (¿Podría hacerlo yo?). Esta última vía dará pie a las escenas más íntimas, donde el guion se vuelca en su vida cotidiana y la ética para extender la mancha de los oscuros crímenes hacia el entorno privado emborronando las distancias dentro y fuera de las entrevistas gracias a conseguir enlazar sentimientos tan distantes como empatía, la admiración y el horror.
Resulta complicado ensalzar más la madurez de este proyecto, una de las propuestas más interesantes de la televisión en 2017. Como todo thriller que se precie, Mindhunter trata de jugar con tus estructuras habituales de razonamiento; propone retos, lanza preguntas e intenta no servir en bandeja las respuestas, dejando ciertos espacios en blanco a disposición del espectador. Sería un pecado no reconocer que buena parte de su valía la proporcionan su atmósfera intrigante y su background enlazado directamente con la cultura popular estadounidense de finales de los 60’s, pero su golpe de efecto resulta ser su forma de utilizar el diálogo para enfrentar al espectador a su propia imaginación; el elemento más efectivo cuando hablamos de causar terror. Con todo ello, únicamente nos queda esperar impacientes los rompecabezas que aportará la nueva temporada.