El nombre de Israel Horovitz puede que no les diga nada, pero resulta que es, sin lugar a duda el mejor dramaturgo de los EEUU. Con más de 70 obras de teatro estrenadas en Brodway y una larga lista de condecoraciones y premios, tanto a un lado como al otro del charco, y habiendo sido amigo íntimo de Samuel Beckett con el que compartía una misma preocupación temática, lo único que queda por añadir es que estamos ante un acontecimiento cultural de una importancia colosal. Si exagero, me da igual, señores. No ocurre tan a menudo como quisiéramos los amantes del cine y del teatro que se junten, se mezclen y den por resultado algo tan bello y preciso.
Entre los filmes que han adaptado su obra, es imposible no mencionar Autor!Autor! con Al Pacino en un papel que cimentó su estrellato y Sunshine (1999), con Ralph Fiennes y Rachel Weisz. Ahora con Mi casa en París, se encarga por primera vez de dirigir una de sus mejores piezas teatrales, llamada My Old Lady, lo que es en definitiva un reto en sí mismo. El filme es un banquete de interpretaciones magistrales: Kevin Kline, cumple sobradamente en el papel de heredero atrapado doblemente por las leyes de sucesión francesas y por un pasado demoledor. Kristin Scott Thomas, resulta la bisagra perfecta para el duelo interpretativo que libran Kline y Maggie Smith, a quien a estas alturas resulta virtualmente hacer sombra en ninguna película, obra de teatro o lo que se tercie. Magisterio superior de interpretación para un libreto de un potencial romántico, dramático y emocional desmedido.
¿Y qué podemos encontrar además de interpretaciones brillantes? Pues siendo honesto, si valoramos todos las virtudes del cine como género, pues mas bien poco. Es teatro con una fotografía excelente de París. Teatro puro y algún secundario elegante, como Dominique Pinon (Amelie, Delicatessen) o Noémie Lvosky (Camille redouble, Casa de tolerancia) para acabar de redondear el reparto. Es un film que consigue que los elementos melodramáticos, románticos e incluso humorísticos no se solapen, que la historia pese mas que el escenario, y lo mas importante, que despierte algo más que una sonrisa, una lágrima furtiva o un arqueamiento de cejas. Un libreto que hubiera podido firmar Henrik Ibsen o Samuel Beckett y que debería servir para hacer más sólida (suponiendo que sea posible) la reputación de Israel Horovitz.
Lo mejor: Maggie Smith, un libreto soberbio y una estructura dramática que rehuye tópicos. Tal vez resulte excesivamente teatral en el sentido mas literal de la palabra. La última palabra la tiene el espectador.
Lo peor: al final de la proyección, un crítico parecía decepcionado con lo que llamó “un film conservador que no parecía francés” también añadió “es un film reaccionario” y culminó con un sonoro “es facha”. Yo digo que la próxima vez que vaya al cine, se siente mirando a la pantalla.
Por Gerard Gomila.
@milopensa
