Marvel Studios y todo satélite que gira en torno al imparable fenómeno de los superhéroes en el cine tiene un nuevo hito en el nacimiento de una saga alternativa a los hiperfamosos Vengadores: Los Eternos. Este nuevo grupúsculo, cuya historia es uno de los títulos de la Fase 4 de Marvel, está compuesto por un puñado de seres inmortales que tienen prohibido intervenir en la vida de los seres humanos… con las siempre necesarias excepciones, claro. En estas se ha aventurado la oscarizada Chloé Zhao, directora de The Rider (2017) y lanzada al estrellato gracias a Nomadland (2020), la película que la puso definitivamente en el panorama con el premio gordo bajo el brazo.
Vaya por delante que un capítulo aparte se necesitaría para analizar por qué una directora como Zhao, que ha ejercido de narradora desde el intimismo y la sutileza, es la elegida por Marvel Studios (o Disney) para rodar un relato tan grandilocuente como este, algo que quizá tenga que ver con la búsqueda de esa patética diversidad de la que pretende presumir un film al que se le ven las costuras de la corrección política. La realidad hasta ahora era que en el cine de la directora china han primado el minimalismo, la delicadeza, y un interés genuino por las pequeñas historias humanas con las que, en realidad, cualquiera puede identificarse. El cambio es, por tanto, un viraje radical en la carrera de una profesional destinada a hacer grandes cosas, pero que no parece haber tenido reparos para subirse al peligroso tren del anabolizado -aunque rentable para casi todos- cine de superhéroes.
Desafortunadamente, el resultado de esta incursión tiene mucho de calamitoso por dos razones principales: por un lado, el elevado riesgo de que una directora como Zhao se eche a perder entre tanto ruido mainstream, deslumbrada por el poderío de las majors, los elencos con estrellas y la lluvia de dólares; por otro, que Eternals es un ladrillo de casi 160 minutos alejadísimo de las grandes alegrías -que también las da- del cine de héroes más próspero. La película, destinada a reventar las taquillas de todo el mundo, es un trabajo tedioso, tan gigantesco como intrascendente, pretencioso, de mística fallida y, quizá lo peor de todo, huérfano de una nueva nómina de personajes que pudiesen hacerle sombra a la carismática pandilla de Vengadores.
Una solemnidad de cartón-piedra sobrevuela el interminable metraje de este mastodonte marvelita, que tiene pocos argumentos para defender esas irritantes sobreexplicaciones, la impostura de su puesta en escena (los Eternos en formación triangular para posar en la foto una y otra vez), la colección de trillados monstruos digitales y la machacona -por omnipresente, no por mala- música de Ramin Djawadi. Curiosamente, otro asunto para la colección de despropósitos es esa intención soterrada de hacerle un guiño a los fans de Juego de tronos (Game of Thrones, 2011), añadiendo al listado de fichajes a tres figuras conocidas por su participación en la serie: Djawadi como compositor de la BSO, Kit Harington (el bonachón Jon Snow) y Richard Madden (Rob Stark), que en Eternals se ha postulado como el nuevo Orlando Bloom, o lo que es lo mismo, un actor cuya capacidad expresiva pone en serio peligro su futuro laboral. Qué se puede decir, larga vida a los Vengadores.
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