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Cine Europeo

Conexión Marsella: The French Connection a la francesa

En 1971 The French Connection se convirtió, con su montaje vibrante, sus célebres persecuciones y sus foscos personajes, en la indudable película del año, no sólo por los cinco premios Óscar recogidos y el gran éxito de taquilla obtenido, sino sobre todo por la revitalización de Hollywood que representó. Su temática era, por supuesto, la que le da título: un plan dirigido por mafiosos corsos  para llevar heroína desde Turquía hasta los Estados Unidos pasando por Francia que alcanzó la cima entre finales de los sesenta y principios de los setenta. Ser responsable de la mayor parte de la heroína consumida en EE. UU. convirtió a la denominada “Conexión Francesa” en una preocupación de gran gravedad que puso al país en alerta roja. Y al otro lado del charco es precisamente donde acontecía la película —masculina donde las haya— de William Friedkin, quien cedió el protagonismo a dos policías de narcóticos de la ciudad de Nueva York, Jimmy “Popeye” Doyle (Gene Hackman) y Buddy “Cloudy” Russo (Roy Scheider), que intuyeron la llegada de un importante cargamento de heroína proveniente de Marsella organizado por el traficante francés Alain Charnier (Fernando Rey) y su contacto en los Estados Unidos, Sal Boca (Tony Lo Bianco).

Más de cuatro décadas después, Francia ha decidido responder con su versión de la historia, o, mejor dicho, con su aportación a la misma. Así, en Conexión Marsella (también conocida como La French o The Connection) Cédric Jimenez nos muestra a un joven magistrado que acaba de ser trasladado a Marsella para colaborar en la desactivación de la Conexión Francesa, lo que pronto se transforma en una cruzada contra el padrino Gaëtan Zampa. El bien y el mal son así primeramente representados por el oscarizado Jean Dujardin (The Artist, 2011), galán francés del momento, y el aún relativamente desconocido —aunque probablemente no por mucho tiempo— Gilles Lellouche, uno de los muchos descubrimientos de Pequeñas mentiras sin importancia (2010).

De este modo, la película plantea dos polos mucho más distanciados que The French Connection, donde todos los personajes parecían moverse por la escala de grises, si bien el guion de Audrey Diwan y el propio Jimenez también fomenta la bipolaridad de los mismos, instándonos a cuestionar la labor de los héroes e, incluso, identificarnos por momentos con los villanos. Lamentablemente, mientras el taquillazo estadounidense lograba confeccionar protagonistas complejos y fascinantes, la cinta francesa —que cede algo más de relevancia a los personajes femeninos, aunque tampoco demasiada— no parece tener del todo claras las motivaciones de todos ellos, lo que termina desembocando en desinterés (a menos que se sienta verdadera atracción por el tema desarrollado).

© Gaumont

© Gaumont

Del mismo modo, las vibrantes escenas de acción de The French Connection no son siquiera igualadas por Conexión Marsella, donde, pese a la excesiva duración, pocos son los instantes verdaderamente sorprendentes y bajo el sentimiento de satisfacción (sobre todo cuando se tiene en mente aquella trepidante persecución llevada a cabo por Gene Hackman por las calles de Brooklyn). Y es que, a todas luces, la principal traba de la primera película de Cédric Jimenez en solitario —su anterior esfuerzo tuvo lugar en compañía de Arnaud Duprey: Aux yeux de tous (2012)— es la imposibilidad de no compararlo constantemente con uno de los grandes clásicos del cine estadounidense.

Dejando eso de lado, nos encontramos ante un thriller sólidamente realizado, tenazmente interpretado y cuidadosamente ambientado. Sirvan como prueba de esto último las dos nominaciones al César obtenidas en las categorías de mejor vestuario y mejor dirección artística, si bien resulta chocante que una obra de esta temática no fuese también considerada en los apartados técnicos. La Academia del Cine Francés no perdonó algo evidente: de la falta de emoción y el exceso de metraje sólo puede derivar un raso entretenimiento tan relativo como olvidable.

Lo mejor: el carismático antagonismo entre Jean Dujardin y Gilles Lellouche.

Lo peor: que un film similar realizado cuatro décadas antes sea superior en todos los aspectos.

Por Juan Roures
@JuanRoures

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