Presentada en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián en la sección de Nuevos directores, la ópera prima de Nely Reguera, María (y los demás), se suma a la larga lista de largometrajes sobre treintañeros a la deriva en un limbo existencial que ya es marca generacional y constante de nuestro tiempo. A pesar de las coincidencias temáticas, el film destila naturalidad, sencillez y frescura en cada plano, donde se reconoce una voz propia (y atípica), erigiéndose como todo un referente en este cine sobre generaciones perdidas.
La cinta cuenta la historia de María, mujer de treinta y cinco años que cuida a su padre, con el que vive, en el momento en que se produce un impasse en su devenir cotidiano. A caballo entre la comedia y el drama, el guion, escrito por la misma Reguera, goza de un equilibrio que dosifica la intensidad de los momentos de más profunda tristeza con toques de humor, lo que le permite a su protagonista afrontar la realidad sin abatirse. María, personaje interpretado por Bárbara Lennie, está presente en cada plano que compone la narración: a menudo convertida en punto de fuga de los encuadres, con alguna parte de su cuerpo en escorzo o incluso (aunque en menor medida) mediante el uso de la cámara subjetiva para mostrar lo que ella está observando. La versatilidad de registro de Lennie y su capacidad de comunicar con el más mínimo gesto son parte de la ventana que desvela el sufrimiento por unas expectativas no cumplidas. La cámara se introduce en su vida, en su intimidad, en su zona de confort y en sus relaciones con los demás. Esta cercanía no delimita la realidad de la que está siendo partícipe el espectador, sino que se convierte en la distancia (o no distancia) necesaria para diseccionar el alma de esta mujer que siente anhelos, frustraciones, miedos e inseguridades, sentimientos que contrastan con los momentos donde impera la calidez y la ternura del amor familiar. Esta ausencia de distanciamiento permite al espectador empatizar con la realidad de María, quien se ha convertido en una víctima del determinismo social, incluso para ella misma, por no cumplir con las expectativas que, evolutiva y culturalmente, le “tocan”.
Resulta demasiado sencillo identificarse con María (y los demás), tanto que el film se convierte en un alegato de luz y esperanza para estos niños perdidos de treinta. Es imposible utilizar la comparación como forma de medir la felicidad y no salir mal parado en el asunto, igual que adoptar roles que, siendo heredados, tan solo legitiman vacíos personales que no responden a las necesidades propias de uno mismo (María asumió el papel de madre al morir la suya, sin cuestionamiento algo). Tarde o temprano, es necesaria una parada en el camino, un impasse que permita reafirmar o reorientar la vida que escojamos, porque lo importante es hacer esa elección.
Lo mejor: Bárbara Lennie.
Lo peor: que la aparente modestia del film pueda hacer que pase desapercibido.