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Cine Europeo

Manual de un tacaño: A Boon se le apaga la luz

El cine francés suele llegar a nuestras carteleras dispensado en cuentagotas, dejando tras la frontera películas que podrían suscitar gran interés en apasionados de este arte pero que quedan fácilmente relegadas. Son pocos los cines que apuestan por este tipo de distribuciones, siendo lo más habitual recibir únicamente los estrenos de comedias al uso que reafirman la ordinaria redundancia que –generalmente- sufren nuestras pantallas. Manual de un Tacaño (Radin!, 2016) es una de esas películas. Ferozmente acogida por el público en el país galo, y convirtiéndose rápidamente en un éxito en taquilla, esta –a ratos- simpática comedia se estrena ahora en España con la intención de seguir cosechando éxitos.

A pesar de que su título español ya deje las intenciones del protagonista al desnudo incluso antes de entrar en la sala, Fred Cavayé -director de thrillers como Mea Culpa (2014) y Cuenta Atrás (A Bout Portant, 2010)- trata de cerciorarse en las primeras escenas de que ningún espectador pueda, quiera, ni tan si quiera intente, dudar que François Gautier es un tacaño. Son, precisamente, estos momentos en los que su guión comienza a utilizar simples –y en ocasiones divertidos- sketches cuando podemos disfrutar de su vitalidad cómica sin pretensiones. Así, estirando los tópicos sobre los avaros hasta la saciedad, consiguen presentar de manera efectiva al personaje interpretado por el simpático Dany Boon, para más tarde cargarle el peso del resto de la película y abandonarle a su suerte ante un camino cargado de tropiezos provocados por sus propios baches argumentales.

Una vez el repertorio de tópicos se ha acabado y la película se ve obligada a tener un sentido para completar los setenta minutos de metraje restantes, François conocerá al amor de su vida y a una joven que se presenta en su casa asegurando ser su hija. Momento exacto en el que Boon comienza a notar el peso de la película en sus hombros y la flaqueza en sus piernas. El guión –si en algún momento estuvo erguido- se desmorona ahora fruto de su indecisión continua entre convertirse en una comedia romántica, un divertido relato sobre la búsqueda de las raíces y el afecto familiar, o un toque de atención hacia la falta de empatía utilizando dosis de vaga moralidad.

Pese al esfuerzo de sus actores por continuar divirtiendo, no pueden evitar generar la sensación de que toda la estructura argumental ya la hayamos visto muchas veces antes, en el mismo lugar en el que acabará esta película; en la parrilla televisiva de tardes de domingo en las que una manta y cualquier película mediocre –que no implique pensar demasiado- pueden ser nuestras mejores aliadas. Con esta amarga sensación plomiza y agotadora, espectadores y protagonista llegan a un desenlace que por desgracia no aporta mucho más que el pistoletazo de salida para levantarse sin problema alguno de la butaca.

Lo mejor: las primeras escenas, cuando el contenido no importa más que la comedia y las pretensiones aún no afloran.

Lo peor: darse cuenta de que se les han agotado las ideas demasiado pronto.

Por Carlos Durango
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