En la vida llega un momento en el que debes elegir entre guardar silencio, o alzar la voz. Malala Yousefzai, una adolescente del Valle de Swat pakistaní ya lo tenía claro desde el principio: plantar cara a los talibanes y romper ese silencio a fin de cambiar el mundo.
No hace falta presentar a David Guggenheim, director del inquietante y mundialmente conocido documental Una verdad incómoda (2006), declaración ecológica de Al Gore. Esta vez examina otra figura política y decide rendir homenaje a esta extraordinaria adolescente, convertida en el símbolo de la lucha por los derechos de la educación.
Todo empezó cuando, con tal solo 11 años, Malala decidió crear un blog para la BBC bajo un seudónimo, en el que denunciaba el clima de terror impuesto por el régimen de Tehrik e Taliban Pakistan (TTP) quien decidió prohibir el acceso a la educación a las niñas. El 9 de octubre de 2012 recibió un disparo en la cabeza por parte de los talibanes mientras iba en un autobús escolar junto a sus amigas. Pensaron que con este abominable acto iban a silenciar la voz que representaba una amenaza para su ideología y sin embargo, tuvo el efecto opuesto: Malala sobrevive al atentado y se convierte en el icono del coraje y de la lucha por los derechos humanos, creando un verdadero torbellino mediático en todo el mundo.
La cámara sigue a la joven activista en su vida cotidiana, resaltando dos caras : primero tenemos a la energética Malala activista recorriendo el mundo y animando apasionadas conferencias, promoviendo el apoyo a las familias de las secuestradas por Boko Haram y a los refugiados sirios y llegando a su memorable discurso en la ONU. Por otro lado, tenemos un retrato más íntimo de la Malala adolescente, rodeada de su familia, en el seno de su casa en Birmingham. Aquí la adolescente aparece como una niña normal, jugando y peleándose con sus hermanos, una niña que se ruboriza cuando evoca a su jugador de cricket favorito. Habla también de sus libros preferidos, de sus notas escolares y de su lenta adaptación a Londres.
El director reúne de una manera muy hábil imágenes de archivo, entrevistas, escenas de su vida cotidiana e incluso unas bonitas y coloreadas secuencias animadas que dan un toque de cuento de hadas, lo cual puede resultar atrayente y estimulante para un público infantil. También la fe musulmana está bien presente en el documental y contrasta con la visión pequeñita de los fanáticos.
Pero Él me llamó Malala es, ante todo, una respuesta a los que acusaron a los Yousafzai de instrumentalizar a su hija. El documental nos revela que en realidad, detrás de esta valiente niña, hay un padre muy cariñoso con quien siempre ha mantenido una estrecha relación , Ziuauddin Yousafzai, que le dio el nombre de Malala en homenaje a la heroína de la batalla de Maiwand quien, según la leyenda, alzó la voz para animar a resistir a los afganos en su lucha contra los británicos en 1880 y los condujo a la victoria.
Al ser él mismo activista y defensor de los derechos, el padre de Malala le transmitió el amor por la escuela y su lucha a favor de la educación de todos. Como profesor y director de una escuela, explica cómo ha educado a su hija en principios tan importantes como el valor y el conocimiento. También es un padre que no deja de culparse por permitir que ella se expusiera al peligro tras darle el visto bueno para que escribiera el ya mencionado blog. Además sobre este aspecto, la joven activista afirma : «Mi padre me llamó Malala, no me hizo Malala. Yo elegí esta vida y debo continuarla (..) No cuento mi historia porque sea única. La cuento precisamente porque no lo es» Recordando a los 128 millones de niños no escolarizados en todo el mundo.
Lo mejor: La extraordinaria historia de Malala y la fuerza del mensaje que quiere transmitir a través el documental: “Un niño, un profesor, un libro y un bolígrafo pueden cambiar el mundo».
Lo peor: La elusión de ciertas preguntas personales a la galardonada con el Premio Nobel más joven de la historia hace que nos quedemos con las ganas de saber un poco más.
Por Ibtissem Chikhaoui
@Maya_bcn