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Cine norteamericano

Un lugar tranquilo: Ni una palabra

En su Guerra de los Mundos particular, el atrevido Orson Welles narraba a través de las ondas de radio cómo el planeta Tierra sufría una demoledora y violenta colonización. Unos seres llegados de fuera, pero que habían permanecido ocultos entre la población, aguardaban el momento adecuado para darle un zarpazo definitivo a la raza humana. Aquella aterradora historia convertía en una supuesta realidad los miedos y las fobias del hombre, acostumbrado a moverse por la Tierra con la tranquilidad del que se sabe dueño y señor. De una forma u otra, la literatura, el cine o la televisión, han traducido los temores del ser humano a través de relatos en los que nuestra raza intentaba ser aniquilada por otras criaturas, poniendo de manifiesto entre las líneas de esas historias los problemas políticos, los conflictos socioculturales o los terrores más ocultos de nuestra civilización.

De esta manera, el subconsciente colectivo ha podido sufrir las desventuras de aquellos a los que los soportes culturales y de entretenimiento han expuesto a los abismos de los conquistadores de otros lugares (o a cualquier otra criatura venida de a saber dónde), sobre todo el cine, la vía más explícita para provocar un escalofrío de dimensiones planetarias. Trabajos como La humanidad en peligro (Them, 1954), Monstruoso (Cloverfield, 2008), Alien (1979), Monsters (2010), Godzilla (1954) o la propia versión de Spielberg de La guerra de los mundos (War of the Worlds, 2005), nos recordaban en qué infierno podía convertirse nuestra realidad utilizando monstruos devastadores como metáfora de la belicosidad del ser humano con su propia existencia y su gran abanico de consecuencias.

Ahora, la falta de pretensiones de un film como Un lugar tranquilo (A Quiet Place, 2018), que parece querer alejarse de situaciones mastodónticas, evita las explicaciones pseudocientíficas para llevar al público al meollo de la cuestión: si hay un ruido de más, allí estarán «ellos» para acabar con lo que se les ponga por delante. No se sabe por qué ni cómo, pero han reducido la Tierra a un lugar en el que el los extras de decibelios se pagan con la muerte. Sin más. A su vez, una familia vive un día a día atípico, donde son tan trascendentales los sonidos como los silencios, equilibrio en el que se encuentra la única forma de sobrevivir.

Esta aparente consciencia de la sencillez argumental y formal, podría resultar la principal virtud de una cinta que está cosechando un gran éxito de taquilla. En el terreno del susto como leit motiv de su desarrollo, la película se mueve como pez en el agua, y ya se sabe lo bien que funcionan los sobresaltos entre un público ávido de impactos y situaciones apocalípticas en el cine. John Krasinski acomete su tercer largometraje sin meterse en camisas de once varas y da a luz hora y media de la serie B más elegante y resultona de los últimos años: bichos salidos del averno y una familia que trata de sobrevivir en un entorno dantesco son las dos aguas entre las que se mueve un guion tan efectista como eficaz, sabedor del poco rédito que ha dado el subgénero en los últimos años con directores y guionistas empeñados en embadurnar sus relatos de grandilocuencias impostadas y banales golpes de efecto.

Contra el bochornoso fotograma final -del que parecería ser responsable directo el productor ejecutivo de la cinta, Michael Bay-, luchan varios tramos de la película. No se le puede negar a Krasinski cierta mano izquierda a la hora de crear una atmósfera asfixiante, sucediéndose -rozando peligrosamente lo reiterativo- secuencias de un planteamiento narrativo nada desdeñable que pondrán al público con los pelos de punta. Gracias a esas decisiones, Un lugar tranquilo es un producto disfrutable y, por momentos, aterrador, enfatizado por los acordes de un Marco Beltrami que en algunos pasajes parece tributar a los sonidos subterráneos del Jóhann Jóhannsson de Sicario (2015) y que mete la directa en las secuencias de mayor acción. Así que, agarrensé a la butaca pero, por favor, no digan nada. Ni una palabra.

Lo mejor: La secuencia de la bañera, en la que se conjugan todos los aciertos técnicos y narrativos del film.

Lo peor: Su fotograma final, absolutamente fuera de contexto.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum
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