Alexander Payne vuelve a la carga, la última vez nos dejó encantados con esa road movie de gran factura que fue Entre Copas y esta vez vuelve a regalarnos un filme que, lejos de ser un blockbuster, está cosechando, junto a The Artist, la mayoría de premios previos a los Oscar: Los Descendientes.
Personalmente me quedo con su última creación, porque la capacidad de transmitir las diferentes sensaciones de los personajes de Entre Copas, alcanza aquí su máxima expresión, gracias, sobretodo, a la fenomenal expresividad de los actores protagonistas. Clooney está fantástico y creo que es el favorito número uno para alzarse con la estatuilla dorada.
El argumento es sencillo: la madre de familia sufre un accidente mientras practica uno de sus deportes náuticos favoritos y queda en coma, por lo visto el coma es irreversible y fallecerá en poco tiempo. Clooney, esposo resignado, es informado de dicho estado. Junto con sus dos hijas, comenzará un proceso para informar a familiares y amigos de la situación y así procurar que estos puedan despedirse antes del apagón de las máquinas que mantienen a la mujer respirando.
En medio de todo esto, se producirá un hecho inesperado que alterará los días previos al trágico desenlace.
Si tuviese que contar historias humanas, sin sentimentalismos baratos y facilones, se lo encargaría a Alexander Payne sin duda, director que ha demostrado con creces que su amor por el detalle, la sutileza y la auténtica sinceridad, no es casualidad. Aquí, como decía anteriormente, exprime estas cualidades de manera brillante, consiguiendo un producto final de gran belleza que, aun tratándose de una historia triste, consigue hacer reír en momentos puntuales sin restar un ápice de la épica dramática que es en realidad este filme.
El casting es gran culpable del éxito de Los Descendientes y es imposible buscar algún resquicio de debilidad en el trabajo de todo el reparto, incluido los papeles más cortos. George Clooney demuestra que su lado cómico es totalmente compatible con el rol que ejerce en el filme y su registro actoral aquí es absolutamente demoledor.
La gran sorpresa para mi es Shailene Woodley, una joven actriz de TV que se convierte en escudera de Clooney y está a la altura en todo el metraje, demostrando incluso en los momentos de mayor esfuerzo interpretativo que podrá acometer cualquier desafío que Hollywood (o quien sea) pueda plantearle.
Las apariciones (breves o no tanto) de Mathew Lillard (curiosa la elección de este, en ocasiones, histriónico actor), Beau Bridges, Robert Foster o Judy Greer, completan brillantemente un elenco actoral de primer nivel y encaran sus diferentes papeles sin que ninguno de ellos desentone.
En definitiva, una película verdaderamente recomendable que el público amante de lo sutil, de la sencillez y de la sensibilidad sin cinismos, agradecerá enormemente. Bravo por el buen cine.
Por Javier Gómez
@blogredrum