Debe ser complicado producir una película de acción para todos los públicos en este momento en el que nos vemos rodeados de superhéroes de Marvel o DC, Star Wars y sus futuros spin-off, trilogías adolescentes en las que se juegan el Hambre, etc. Objetivo: Londres lucha por aprovechar el hueco dejado por estas superproducciones e intenta enganchar a un público tal vez más adulto valiéndose de la actualidad y la cruda realidad del terrorismo yihadista en un momento donde todo Occidente vive preocupado por la amenaza del terror. Desde el 11S las guerras ya no sólo se libran en los campos de batalla, sino que ahora se han vuelto globales y suceden aquí, en nuestras confortables ciudades en las que cualquiera es un objetivo. Ya no es en Kabul, en cualquier lugar de Irak o en un campo en Siria, la amenaza está en nuestras casas, en Nueva York, Madrid, Londres, París o la última ciudad asaltada, Bruselas. Con esa premisa juega la película, el miedo vende y ahora es más cercano en el tiempo y en el lugar que nunca.
Esta secuela surge a raíz del éxito inesperado de Objetivo: La Casa Blanca dirigida por el siempre eficaz Antoine Fuqua, cuya trama se centraba en la toma como rehén del presidente y el ataque a la Casa Blanca por un grupo norcoreano. En esta ocasión dirige el iraní formado en Suecia Babak Najafi, un tipo con bastante menos oficio que su predecesor con solo dos trabajos anteriores, siendo el más destacable la segunda parte de la adaptación del éxito literario Snabba Cash.
En esta ocasión la acción se traslada a Londres donde asisten al funeral del presidente británico el presidente norteamericano (Aaron Eckhart) y su jefe del Servicio Secreto Mike Banning (Gerald Butler) que se verán inmersos en la acción terrorista que dejará en jaque a la capital inglesa. Y aquí es donde la película deja claras sus intenciones: es actualidad política pero a lo grande, aquí no vale un ataque terrorista al uso (si es que esto existe), aquí hace falta la Madre de todos los atentados. ¿Verosimilitud? Perdón esto va de otra cosa (de verdad ¿ningún policía se mosqueó al verse rodeado de compañeros a los que no ha visto en su vida en el cerco de seguridad más importante del mundo?). Esta es una de las bazas de la película, la desvergüenza y la falta de prejuicios, aquí vale todo: ¡¡Más carnaza, más madera!!
El film pasa por un baile de géneros. Empieza siendo una especie de cine de catástrofes setentero con grandes nombres como Morgan Freeman, Melissa Leo – ¿para darle dos frases? -, Angela Basset, Radha Mitchell o Robert Foster para poner el toque qualité con, además, un despliegue de medios considerable. Después, se convierte en una buddy movie ochentera y testosterónica, que engancha directamente con el espíritu de esas producciones de Golan-Globus y la productora Cannon en las que los héroes sin piedad eran estrellas de la serie B como Chuck Norris o Robert Ginty. Butler se muestra como heredero de estos con frases lapidarias: «Estoy hecho de Bourbon irlandés y malas decisiones», como un héroe que no tiene problemas en matar a cuantos más enemigos de la democracia mejor y permitirse disfrutar con ello, paradigma de ese tipo de películas forjadas en la Guerra Fría en las que cualquier solución es válida para acabar con el enemigo.
Con unos efectos especiales de baratillo, que en ciertos momentos son de auténtica risa intentando enganchar a los más jóvenes (o los que estén más enganchados a la Play), la película se convierte en su tramo final en una especie de videojuego a base de tomas en primera persona al estilo del Far Cry con enemigos por todas partes; arriba, abajo, descolgándose, asesinados a balazos o a cuchilladas. Por su parte, Gerard Butler no cesa en su empeño de seguir siendo ese burraco quebrantahuesos –por algo es productor de la función- y héroe sin complejos salvador del mundo libre al que todavía le da tiempo a hacer chistes mientras rompe algunos cuellos. Él ya dijo que la sutileza no era lo suyo.
Objetivo: Londres es un film que propone un divertimento sin complejos, absolutamente desvergonzado y brutal que consigue entretener y hacer, cuando se apagan las luces de la sala, olvidar un rato la vida real. Lo peor de todo es que esto también sucede con la película una vez que se encienden las luces, abandonas la sala y sales a la calle.