¿Es Denis Villeneuve el mejor director de cine de la actualidad? O mejor dicho ¿es el realizador más capaz? Resulta una pregunta tan difícil de responder como injusta de formular, aunque hay algo que es evidente: el canadiense está demostrando una capacidad casi única para manejar los géneros cinematográficos con maestría, mezclando diferentes categorías fílmicas con un sorprendente sentido del equilibrio. Villeneuve, que comenzó su periplo con el largometraje rodando uno de los capítulos de Cosmos, película episódica de 1996, ha paseado con relativa firmeza por el drama o el thriller, siempre tratando de profundizar en la psique humana hasta lograr trabajos tan destacables como 32nd Day of August on Earth (1998) o Polytechnique (2009). En ambas películas asomaba la trascendencia del cine del realizador, que no ocultaba su pasión por los entresijos de la mente y, por tanto, la motivación del ser humano para comportarse de una determinada manera. En su atmosférico salto a la fama, Incendies (2010), Enemy (2013), Prisioneros (Prisoners, 2013) o Sicario (2015), el canadiense se desliza por los recovecos del hombre para abordar diferentes temáticas siempre condicionadas por los comportamientos extremos, los enfrentamientos o la dualidad humana.
En La llegada (Arrival, 2016), Villeneuve ha preparado a conciencia la adaptación de un relato corto de Ted Chiang con tal de lograr un producto alejado de los tópicos de la ciencia ficción. Apoyándose en las particularidades del texto de Chiang Story of Your Life y el guión cinematográfico de Eric Heisserer, el director se embarca en la aventura de narrar la llegada de varias naves de procedencia desconocida a varios puntos de nuestro planeta. A partir de esa premisa, la necesidad de comunicación con los seres que tripulan dichas naves y, paradójicamente, la unión entre los diferentes países de la Tierra para cómo tratar la inesperada visita, son las bases de un film complejo, aunque brillante en la exposición de ideas y clarividente en su conclusión. Nada se deja en el tintero en la nueva película de Villeneuve, no hay preguntas sin respuesta, una cualidad que añade valor al conjunto y que nos recuerda que, a veces, el espectador tiene derecho a saber la solución, aunque tenga que leer al revés. Por tanto, es necesario aunque no vinculante la necesidad de englobar La llegada dentro del Sci-Fi para resaltar oportunamente la nueva edad dorada de un género tantas veces relegado a terceros planos. Hoy, con ejemplos como Moon (Duncan Jones, 2009), Marte (The Martian, Ridley Scott, 2015), Gravity (Alfonso Cuarón, 2013), Interstellar (Christopher Nolan, 2014), la continuación de sagas como la de Star Trek y Star Wars o la propia película de Villeneuve, resultaría una torpeza obviar este nuevo renacimiento que conlleva, además, una mayor y más cuidada profundidad temática.
Fue Steven Spielberg quien, debido a cierta obsesión por el asunto extraterrestre, rodó en 1977 Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of The Third Kind). El film, que coleccionó varios premios internacionales, resultaba una incursión interesantísima en la posibilidad de un contacto con seres de otro planeta donde se hacía especial hincapié en la manera en la que se establecería esa comunicación. Con una secuencia espectacular e icónica, Spielberg plasmó el intercambio basándose en los diferentes sonidos y colores, acotando el sistema a la conjunción auditiva y visual. Muy posiblemente influido por esta exploración del fenómeno y, por qué no, inspirado por las no menos significativas Ultimátum a la tierra (Robert Wise, 1951), Cocoon (Ron Howard, 1985), Contact (Robert Zemeckis, 1997) o La guerra de los mundos (Steven Spielberg, 2005), aunque sin esas connotaciones negativas, Villeneuve edifica el relato con su particular capacidad para la planificación fílmica. La primera hora de La llegada resulta un documento único y particularmente detallado, dando lugar a una espectacular pero sutil crónica de los sucesos iniciales, su estudio y las primeras conclusiones de los expertos en la materia. Todo ese proceso está narrado con extrema suavidad, matiz que le otorga al film un aire genuino y distinto y lo diferencia de la mayoría de películas de su clase, más ampulosas y saturadas. Aquí, se huye de esa espectacularidad para darle solemnidad y, por qué no, mayor realismo a una puesta en escena que agradece esa decisión. Hasta los minutos finales (aunque no menos buenos) el film de Villeneuve es tan tenue en su desarrollo como lo es la fotografía de Bradford Young, gran artífice, junto a la compañía de efectos especiales, de que a La llegada no se le vean las costuras. Su solidez argumental, no hay lugar para las trampas, y su fenomenal diseño de producción, nos regalan un relato repleto de teorías científicas (la secuencia en la que una voz en off nos detalla el proceso de interpretación de los signos es sensacional) y elementos metafísicos, también de miedo y sorpresa, aspectos que trascienden a la materia extraterrestre para hablarnos de algo más: nuestra propia y problemática conexión como seres humanos.
Aparte de todas estas virtudes, aspectos importantísimos de un film grandioso, hay tres pilares en los que se apoya el conjunto de la película: su dirección; Villeneuve no tiembla y conduce todas sus aptitudes cinematográficas hacia un estado de madurez que lo sitúa en el punto más trascendente de su carrera. Su manera de dirigir resulta una rareza dentro del modus operandi de Hollywood, y es capaz de conjugar el maximalismo técnico con la narración menos grandilocuente para resultar potente aunque nada artificioso. Amy Adams; la actriz atraviesa un momento dulce, no para de firmar contratos para interpretar papeles importantes (ahora tenemos que ver qué ha hecho en Nocturnal Animals, otra de las grandes de la temporada) y en La llegada se convierte en una luz entre la neblina y el hostil entorno que rodea las naves, único refugio para el talento y sensibilidad de su personaje. Y Jóhann Jóhannsson; otra de las grandes bazas del cine de Villeneuve en los últimos años es el descubrimiento de que de su unión con el músico danés no salen si no obras de gran impacto. Nominado al Oscar dos veces de manera consecutiva (La teoría del todo y Sicario), el artista ha demostrado su amplitud de recursos y, lo más importante de todo, lograr que sus partituras se conviertan en un elemento con vida propia dentro de la película. En Sicario ya consiguió causar esa sensación, y en La llegada vuelve a repetir el mismo efecto con una completísima composición, mezcla de sonidos experimentales, voces solistas y coros que parecen formar parte de ese proceso de aprendizaje y asimilación de una nueva forma de lenguaje por parte todos los interlocutores. Su manejo de las diferentes categorías musicales han convertido a Jóhannsson en el compositor fetiche del director, puesto que es capaz de traducir en el pentagrama el sentido de cada una de las escenas en las que intervienen sus trabajos.
Por todas estas razones, y aún con la posibilidad de explorar y leer mucho más entre sus líneas, La llegada se convierte de manera automática, no sólo en una de las películas más relevantes de la temporada cinematográfica, sino en un nuevo hito dentro de la filmografía de la ciencia ficción. Su cuidadísima y efectiva composición, la entidad que posee como producción y el gran nivel demostrado por su director, la colocan cerca del Olimpo de los trabajos más memorables y nos recuerda que, como dijo Stephen Hawking: «Dios no sólo juega a los dados. A veces también los echa donde no pueden ser vistos«. Quizá algún día nos toque jugar a nosotros.
Lo mejor: es compleja, arriesgada y trascendental, formando un todo brillante.
Lo peor: resultará un fiasco para aquel que pretenda ver batallas interplanetarias.
Por Javier G. Godoy
@blogredrum
