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Críticas

Life: James Dean entre neblina argumental

James Dean nació en Marion, Indiana, el 8 de febrero de 1931 y murió en un accidente de moto en Cholame, California, el 30 de septiembre de 1955 a los 24 años, pero vivirá para siempre como un eterno icono, tanto del séptimo arte, como de la fugacidad de la vida humana. Con respecto a lo primero, sólo tuvo tiempo de protagonizar tres películas: Al este del Edén (1954), Rebelde sin causa (1954) y Gigante (1955), pero obtuvo dos nominaciones al Óscar póstumas —así como aclamación y fama— por ello. Con respecto a lo segundo, ha quedado para siempre unido (por motivos obvios) a la frase «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver» pese a pertenecer esta a la película Llamad a cualquier puerta (1949) de Nicholas Ray, precisamente el realizador de su cinta más icónica. Y precisamente por conseguir el papel protagónico de Rebelde sin causa suspira Dean en la nueva película de Anton Corbijn, si bien no es tanto eso (ni Dean en sí), como la relación —meramente amistosa— entre el actor y un fotógrafo de la revista Life (Dennis Stock), tema que indudablemente llamó la atención del realizador a raíz de su propia dedicación a la fotografía. De esta manera, el filme debe a ambos elementos su título, si bien este puede granjear una idea errónea y desembocar en la pura decepción.

© See-Saw Films / Barry Films / First Generation Films

© See-Saw Films / Barry Films / First Generation Films

Y es que hacer una película sobre James Dean y denominarla Life es en sí un acto tremendamente ambicioso y arriesgado, sobre todo cuando ni siquiera se pretende saciar las expectativas. De este modo, lejos de ser un homenaje a la vida —the life— of James Dean, esta obra supone un retrato de un momento concreto en el que las aspiraciones del propio Dean tienen menos protagonismo que las del fotógrafo que lo persigue. Así, la cinta es la historia de dos jóvenes talentos que tratan de hacerse un hueco en el mundo del espectáculo de formas muy diferentes: un jovencísimo padre de familia que debe compaginar sus deseos con sus obligaciones y un desenfadado rebelde sin causa que se limita a dejarse llevar sin saber siquiera lo qué desea. El primero cobra vida gracias al popular Robert Pattinson, quien ha logrado sobrevivir a la saga Crepúsculo gracias a interesantes papeles en Maps to the stars (2014) y The Rover (2014) pero sigue lejos de ser un gran actor. De hecho, no es él, sino Dane DeHaan, la estrella de la película, no sólo porque el personaje de James Dean es, claro está, mucho más agradecido, sino también porque el relativamente desconocido intérprete de Chronicle (2012) y Amores asesinos (2013) dota al personaje de una complejidad fascinante que sobrepasa al propio guion.

De hecho, es tal la maestría con que DeHaan se transforma en James Dean que, si bien resulta complicado creer encontrarse ante la mítica estrella (a este respecto, ellas lo tienen mucho más fácil, ayudadas por el peinado y el maquillaje), si llegamos por momentos a autoconvencernos de ello. Y así es como cada plano de Life se convierte en un emocionante vistazo a la forma de comportarse de uno de los iconos del siglo XX. Además, aunque, como ya se ha comentado, no es la vida del actor la clave de la obra, sí hay lugar en ella para seguirle a nivel profesional y personal, siendo la contemplación de los quehaceres de DeHaan/Dean una absoluta delicia. Lástima que el guion de Luke Davies (conocido por la inspirada adaptación de Candy, 2006) termine perdiendo la atención del espectador por su incapacidad de centrarse en nada concreto, no quedando siquiera clara la relación entre las conclusiones y el planteamiento.

Con el irregular libreto de base, el siempre arriesgado Corbijn retrata a sus protagonistas masculinos desde la distancia, dejando que mantengan su aurea impenetrable pero sacando gran partido de sus pequeños mohines y sutiles movimientos, dependiendo el resultado meramente de la maestría del intérprete en cuestión. Así lo hizo con Sam Riley en Control (2007), George Clooney en El americano (2010), Philip Seymour Hoffman en El hombre más buscado (2014) y, finalmente, Dane DeHaan en Life (2015). Y así lo seguirá haciendo, con probabilidad, durante toda su carrera, para bien y para mal. Quizá Life no trate de la vida de James Dean, pero sí de la vida a secas. O al menos eso se propone.

Lo mejor: la fascinante gestualidad de Dane DeHaan.

Lo peor: un guión vago que difumina su verdadero fin.

Por Juan Roures
@JuanRoures

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