Habían pasado cuatro años desde la publicación del último tomo de la novela grafica Persépolis (2007) cuando llegaba a las pantallas su adaptación cinematográfica. A la dirección, Marjane Satrapi, autora del cómic que, junto a Vincent Paronnaud, llevó a cabo la realización del guion. Persépolis cuenta la historia de la propia Satrapi desde 1979 hasta 1994, con una guerra y una revolución islámica como telón de fondo. En este marco histórico, la mirada de una niña de diez años se convierte en el testigo directo de la vida cotidiana de su Irán natal, cuya madurez se hace visible a través de sus palabras y la forma en que aborda el conflicto social y político de su país.
Influenciada por La ascensión del gran mal, de David B., con la que no solo comparte el blanco y negro como elección expresiva y el germen autobiográfico como motor de la narración, la obra de Satrapi se caracteriza por la sencillez del grafismo de sus viñetas y la palabra se convierte en su valor principal: las imágenes refuerzan el texto, supeditadas a la historia a la vez que la visibilizan.
Fiel a la austeridad que caracteriza la novela, Persépolis, la película, consigue integrar todos los elementos que hacían del cómic el mordaz, tragicómico y contundente retrato de la realidad iraní desde el ámbito de lo privado. A diferencia de su siguiente adaptación, Pollo con ciruelas (Poulet aux prunes, 2011), donde se pasa al film de imagen real, Satrapi apuesta por trasladar al lenguaje de la animación audiovisual su primer trabajo, manteniendo intacto su estilo de dibujo (el mismo que en el resto de sus novelas y cuentos infantiles). La primera escena del film ya anticipa que no estamos ante un producto innecesario que se limita a reproducir en pantalla como si de un calco de celuloide se tratara. Dejando a un lado la arrogancia de este tipo de comentarios de quienes conocen y comercian con las necesidades de artistas y espectadores, sobran los argumentos que hacen de Persépolis un film con valor y entidad propios.
A modo de prólogo a color, la cinta comienza en el aeropuerto de París, lugar en el que una Marjane adulta y triste vuelve la vista atrás y se sumerge en sus recuerdos. Así comienza el repaso a una historia que transita por Irán y Austria; por el fundamentalismo, el marxismo y el capitalismo; por el idealismo infantil, la esperanza juvenil y el desarraigo del inmigrante. Sin dejar a un lado la crudeza del relato (indignaciones feministas incluidas a pesar de no ser intencionado en el mensaje), el film consigue equilibrar los momentos más duros gracias al tono cómico que adopta, a lo que contribuyen la partitura de Olivier Bernet, la inocencia de la mirada de Marjane de niña, y un montaje irónico y acelerado.
La autora abre una ventana a la sociedad iraní, a sus costumbres, sus miedos y también sus ilusiones; pero además consigue hacer visible aquello que con tanta contundencia el integrismo religioso intenta mantener velado: lo femenino (su siguiente novela, Bordados será donde más ahonde en las inquietudes y secretos que pueblan el corazón de las mujeres).
Censurados en Irán ambos Persépolis, no cabe duda de la importancia y el alcance que la obra de Satrapi ha supuesto en cuanto a la representación iraní dentro del imaginario colectivo, una imagen que, a pesar de llegar en blanco y negro, está teñida de esperanza, fortaleza y la vitalidad propias de cualquier ser humano, sea cual sea su batalla o lugar de residencia.