Observa con sutileza, piensa, estudia. Mira a tu alrededor, trata de sobrevivir, ¡hay que irse de aquí!.
Allá por el año 1956, Robert Bresson nos metía en la piel del prisionero Fontaine (François Leterrier), un teniente de la Francia ocupada por los nazis detenido al intentar volar un puente. Una vez trasladado a la prisión, y como era costumbre en aquellos días infames, el preso es condenado a muerte en poco tiempo, por lo que sus posibilidades de escapar pasan por una desgarradora lucha contra el reloj.
Basada en el relato Les leçons de l’énergie: un condamné à mort s’est échappé, de André Devigny, el film de Bresson pone de manifiesto la filosofía asceta del realizador, rasgo de identidad del largometraje a lo largo de toda su extensión. Este hecho, unido a la elección del blanco y negro (loable trabajo de Léonce-Henri Burel), el minimalismo de los espacios y el uso de planos cortos y poco abiertos, enfatiza el espíritu reflexivo de la obra a través de la mente pensante de Fontaine. El protagonista, que refleja con su espíritu insurrecto la esencia de la resistencia francesa ante la apisonadora nacionalsocialista, narra en primera persona y con todo lujo de detalles su llegada a la cárcel de Lyon, la estancia y su estudiada y emocionante fuga.
Bresson tiene en cuenta en todo momento la naturaleza autobiográfica del texto de Devigny que jamás pretende parecer un héroe, tampoco serlo, y, en los preámbulos del film, somos testigos de cómo el realizador hace hincapié en el comprensible pavor del valiente luchador, que desea para sí mismo y herido tras la tortura, una muerte rápida e inminente a través de sus despesperados pensamientos. Sin duda, estos momentos iniciales ponen de manifiesto la sensibilidad del relato y de su humilde puesta en escena, además de las acertadas decisiones técnicas. Segun avanza, la narración, sobria y efectiva en su mecánica repetitiva (paradójicamente eficaz), muestra con sutilidad la evolución del superviviente, proceso intrínseco en todo aquel que ansía, pese a todos los peligros, buscar su propia liberación. Fontaine cuenta paso a paso su epopeya traumática pero la dirección de Bresson, que estiliza la austeridad de la imagen, da a luz un relato poseedor de la épica de la sencillez, huye del sensacionalismo y obtiene con éxito el resultado que solo un cineasta como el francés podía conseguir.
Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut) es considerada por muchos la cumbre de la filmografía del realizador galo, cuyo trabajo en la película se vio premiado en el Festival de Cannes de 1957. Es posible que los éxitos cinematográficos del gran Louis Malle le deban algo al film de Bresson, pues fue su co-director, y es que, detrás de su aparente simplicidad, la película posee la riqueza de las obras más importantes. Acompañada por la música intemporal del maestro Mozart y el sonido miserable de las ejecuciones diarias, la condena a muerte de Fontaine es, en realidad, un canto a la vida a través del esfuerzo del propio individuo. La reivindicación de la lucha guiada por la virtud inmortal de la esperanza.
Por Javier G. Godoy
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