Los telediarios no dejan de recordar que el trabajo está fuera y los anuncios se empeñan en que hay que perseguir la felicidad. Eso se presenta en un círculo rebosante de estrechez de miras y de envidias. Para sobrevivir ante semejante discordancia muchos huyen, o lo que a día de hoy es más apropiado: emigran. Tal ambiente generacional es el que dibuja Jorge Torregrossa en La vida inesperada.
La sociedad dictamina el sendero perfecto y lineal por el que todo miembro debe cruzar; aunque luego se sabe que lo mejor de tal vía son las distracciones, las piedras, los atajos y las sorpresas que dibujan las curvas dentro del mapa (porque el recto se hace tedioso). Juanito (Javier Cámara) ha zigzagueado mucho, y su primo Jorge (Raúl Arévalo) ha obedecido más al rebaño y ha cumplido con la rectitud sentenciada.
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Ya son tres las ocasiones en las que Cámara y Arévalo se unen: da igual que sean un cura y un refugiado en plena Guerra Civil (Los girasoles ciegos), dos esperpénticos azafatos (Los amantes pasajeros) o se conviertan en parientes, concretamente en primos -y con más sentido que en el título del filme de Daniel Sánchez Arévalo-. La química entre ambos elementos fue, es y será brutal.
Ellos son las dos caras de una misma moneda: ¿Quién es el triunfador y quién el perdedor? Juan es una persona más conformista aunque ha arriesgado más en su vida, mientras que Jorge está más apocado ante las nuevas circunstancias que le devienen. La cinta bien podría resumirse en una frase que sale de su boca, tan peligrosa y tantas veces pronunciada: “No me atrevo”. ¿A cambiar de sendero? ¿A aventurarse? ¿A no saber si serás más feliz?
Y cómo no, todo sucede en Nueva York, la urbe grande que personifica el mundo por descubrir. El bullicio es contante y uno encuentra de todo, pero a la vez es el lugar donde más soledad puede haber. Ambas facetas se reflejan y quedan personificadas en los protagonistas: la ciudad de las oportunidades que todos anhelan pero que cuando se está inmerso en ella, las luces ya no se ven tan maravillosas.
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Y depende del carácter de cada uno cómo afrontarlas o no: El Primo –se llama Jorge, pero apenas se menciona- es una revisión del Isidro de «Tres sombreros de copa» (obra que aparece en la cinta): una novia de toda la vida, un trabajo estable, el hijo ideal que toda madre desea, aunque no está muy claro si él está cómodo en el estatus que ha acabado. Juan es un actor que marchó a Estados Unidos en busca de su sueño y escapar de un obtuso entorno (que se vislumbra por una ventana de Skype con una inmensa Gloria Muñoz en el rol de madre). Sin estabilidad en ningún ámbito de su vida, empieza a ver cambios, como que su amiga –mejor dicho, follamiga– Sandra (Carmen Ruiz) emprende también el vuelo para labrarse un futuro.
Elvira Lindoredacta un guion sobre sueños, esperanzas, luchas y miedos; siempre dura pero con gracia, la escritora deja en manos de Torregrossa una historia que él sabe reavivar con una buena fotografía que plasma el encanto neoyorkino con un halo de nostalgia, con una más que correcta banda sonora, y con un casting con dos capitanes de lujo.
Una hermosa pieza en la que después de secarse las lágrimas, se recapacita. La historia no da soluciones, sino que propone preguntas, y más si el espectador está en la treintena, década en la que uno pone a medir su valentía.
Al fin y al cabo, “inesperada” es un calificativo inherente a la vida: una sucesión de hechos que no se esperan y en la mano de uno está o no cerrar la puerta.
Lo mejor:Javier y Raúl.
Lo peor: Que de primeras se confunda con una comedia para pasar el rato.
Por María Aller
(@Llesterday_Mary)
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