Hace no mucho tiempo, Steven Spielberg y los demás miembros del jurado del Festival de Cine de Cannes, decidían por unanimidad premiar con la ansiada Palma de Oro la película del realizador tunecino Abdel Kechiche «La Vida de Adèle«. El mismo Spielberg dijo de ella que era simplemente maravillosa y los que pudimos asistir al preestreno dimos cuenta del valor de un filme desgarrador y arriesgado como pocos se hayan podido ver durante los últimos años.
Adèle es una joven francesa de 15 años que comienza a experimentar el despertar sexual. Tras cruzarse con Emma, una joven lesbiana de buena familia y talentosa futura carrera artística, su vida sufrirá un giro involuntario que marcará su comportamiento, su entorno, sus vivencias y sus sentimientos arrastrada por una pasión desmedida.
Los fuertes rumores sobre un rodaje duro, sobrado de tensión y exigencia, que dejó exhausto al reparto se hicieron realidad cuando, sus dos protagonistas, Lèa Seydoux y Adèle Exarchopoulos, confirmaron (una más moderadamente que otra) que todo lo escuchado hasta el momento sobre el vía crucis era cierto y que ambas aseguraban no querer volver a rodar con Kechiche. Quizá, conociendo la intensidad de la adaptación al cine de la novela gráfica de Julie Maroh, pueda llegar a entenderse la capacidad y el sacrificio de las jóvenes a la hora de interpretar sus personajes, consiguiendo un nivel de implicación y definición solo comprensible si quien te dirige te exprime sin concesiones. Que se lo digan a los repartos de Stanley Kubrick. Ojo, conste que no defiendo el método, pero puede que a veces logre resultados tan espectaculares.
«La Vida de Adèle» es una arriesgadísima propuesta cuya duración, 175 minutos, la convierten en una epopeya romántica que es toda una experiencia para los sentidos. Con un desarrollo hiperrealista y alejado de superficialidades, el filme contiene momentos brillantes que consiguen la atención total de un espectador entregado a un relato que hace de su metraje una montaña rusa emocional sin pretensiones pero implacable en sus formas.
El trabajo de Adèle Exarchopoulos es desgarrador, convirtiéndose en una de las interpretaciones de la década. Un papel así no llega siempre y la actriz francesa parece haberlo aprovechado hasta las últimas consecuencias. Su actuación dejará boquiabierto al público por su intensidad, su naturalidad y una capacidad sorprendente para transmitir emociones con un simple gesto. Es, de verdad, una joven actriz muy a tener en cuenta. Por su parte, Lèa Seydoux, completa otra gran actuación que, aun sin llegar al estratosférico nivel de Exarchopoulos, se convierte en el complemento perfecto de una conexión que es pura química entre las dos actrices.
No es esta una película sencilla, tampoco es compleja, pero «La Vida de Adéle» es un relato que abarca muchísimo. La obsesión del director por mostrar con detalle ese proceso mezcla de curiosidad, pasión, amor y odio, le lleva hasta tal punto que, cierto sector del público, podría verse violentado. Las escenas de sexo entre las protagonistas son uno de los puntos fuertes del filme, tan bellas como explícitas, tremendamente explícitas. Kechiche no ha querido ocultar nada y lo que logra es dividir la película en dos partes: una primera mitad descriptiva, que mantiene la curiosidad del espectador preparándole sutilmente para la segunda, mucho más intensa y dolorosa.
Quizá a algunos os venza su larga duración, quizá otros perdáis el interés según avance, pero está claro que la película de Abdel Kechiche es una apuesta valiente por mostrar lo maravilloso y lo cruel de ese sentimiento tan enrevesado que es el amor que lo convierte en algo tan apasionante para describir. Aquí es donde «La Vida de Adéle» se convierte en una película especial que, sin duda, recomiendo a todo el mundo.
Por Javier Gómez