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La soga: El Hitchcock más experimental cumple 70 años

Al igual que ya ocurriera con el famoso vaso de leche que un sombrío Cary Grant lleva escaleras arriba para dárselo a su delicada esposa Joan Fontaine en Sospecha (Suspicius, 1941), en La Soga (The Rope, 1948) la cámara enfoca un arcón.  En su interior, yace el cadáver de un hombre asesinado a sangre fría en la primera escena de la película. La secuencia es fija pero nos llegan los comentarios de los invitados, a los que no vemos en pantalla y que giran precisamente sobre el asesinado, sin ni siquiera sospechar que está escondido en el arcón a su lado. Esta secuencia resume la esencia en el cine de Alfred Hitchcock (Londres, 1899): una tensión in crescendo de la que hace partícipe al espectador.

La película, que inicialmente no fue considerada una de las obras cumbres de Hitchcock e incluso no acabó de funcionar en taquilla, ha resultado ser un trabajo clave no sólo dentro de la filmografía del genio londinense sino de la propia historia del cine. Intentaremos contaros las razones:

La Soga fue la primera película de Transatlantic Pictures, la productora que creó Alfred Hitchcock junto a su compatriota Sidney Bernstein tras sus fuertes desavenencias con David O’Selznick. Supuso, por tanto, una oda a la libertad creativa que el director consideraba mermada bajo el yugo del poderoso productor americano. La película, la primera que rodaría en color, es una adaptación al cine de la obra de teatro Rope´s End, de Patrick Hamilton, inspirado en un homicidio real ocurrido en 1924.

Todo el film es un gran ejercicio de estilo que, como hemos dicho anteriormente, no ha hecho sino agrandarse con el tiempo. Hitchcock encerró a los personajes en un espacio reducido: un salón con enormes ventanales a la ciudad (vemos los tejados, las chimeneas y una iluminación que va variando con la caída de la tarde) con incursiones muy rápidas a la cocina y al hall, acompañando a unos personajes de una forma ágil y dinámica, experimentando con tomas ininterrumpidas de unos diez minutos (el tiempo que duraba el rollo de película) a través de largos planos-secuencia que, setenta años más tarde, se siguen haciendo como si fueran novedosos. Pero no lo son. Antes fue Hitchcock.

Si bien es cierto que el director era un genio del suspense, nunca olvidó innovar en el aspecto técnico. La capacidad para atrapar al espectador ya se comprobaba en el tramo del arcón, pero son destacables también los sucesivos guiños a la soga, objeto que da nombre a la película. Usada para estrangular a un inocente en la primera escena, la cámara la enfoca sobresaliendo del cofre para hacernos pensar que será un detalle que permitirá descubrir a los asesinos (aunque finalmente tenga más importancia otro objeto determinado), para luego aparecer y desaparecer en diversas secuencias, en un claro juego del director con el espectador. De diversos modos y diferentes exposiciones, esta característica del cine de Hitchcock se denominó Macguffin.

En lo argumental, la historia nos muestra a dos amigos universitarios, Brandon y Philip, que deciden demostrar, con el asesinato de un compañero de Universidad, que el bien y el mal son conceptos relativos que sólo rigen para seres inferiores, la mayoría de los mortales, mientras que unos pocos, los superhombres de los que habla Friedrich Nietzsche, obran sin restricciones morales de ningún tipo. Pero la cosa no se queda ahí, sino que deciden elevar su acto celebrando una fiesta en la que se encuentran el padre, la tía, la novia y un amigo del fallecido, amén de un invitado especial, un antiguo profesor de todos ellos, Rupert Cadell, que consideran apoya estas teorías. Todos ellos circulan delante del baúl donde se halla escondido el cadáver.

Set de rodaje de ‘La soga’

La Soga no sólo es una película arriesgada estilísticamente, sino que posee muchos otros aspectos que intentaremos enumerar:

  • Resulta un film de suspense en el que se muestra el asesinato en la primera secuencia. Esta apuesta de Hitchcock  provocó discusiones con el guionista, Arthur Laurents, que pensaba era un hecho “anticlímax” que desengancharía al espectador.  El tiempo ha dado la razón al director inglés, pues la película mantiene atado a la butaca.
  • La homosexualidad de los asesinos Brandon y Philip (menos clara en el caso del profesor) aun no siendo explícita, no fue eludida por Hitchcock. Los actores John Dall Farley Granger eran homosexuales en la vida real y el director, de forma muy sutil para evitar la censura, lo deja entrever en los diálogos de los protagonistas, en sus gestos y su comportamiento. Esto, que ahora nos parece ridículo siquiera comentarlo, no lo era en absoluto en la sociedad de 1948.
  • El elenco actoral: No era el habitual en las películas de Hitchcock y, salvo James Stewart (en su primera colaboración de las cuatro que hizo con el director), el resto no eran grandes estrellas. Stewart, por cierto, hace una interpretación muy divertida e irónica, aportando elegancia al personaje y mostrando una evolución que le lleva finalmente al horror y la desesperación cuando descubre cómo sus teorías han servido de inspiración para cometer un asesinato.

¿Qué derecho tienes para atreverte a decir que eres superior a la mayor parte de seres humanos? ¿Quién te dio el derecho para decidir que ese pobre muchacho que está ahí era un ser inferior y debía ser eliminado?

¿Creíste que eras Dios, Brandon?

La soga cumple setenta años y lo hace en plena forma. Volver a verla es descubrir nuevos detalles y constatar cómo se manejaba el genio cuando tenía total libertad creativa y cuántos experimentos se sacó de su chistera para revolucionar la narración cinematográfica. Y sí, además y como todas las de Hitchcock, es una película apasionante y divertida. Una delicia.

Por Vienna Guitar
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