Corría el año 1997 y los ojos de la industria estaban puestos sobre la nueva superproducción de James Cameron, Titanic (1997), la cual enamoraba a propios y extraños mientras generaba cantidades desorbitadas de dinero en las taquillas de medio mundo. Sin embargo, ese mismo año, casi sin hacer ruido, también llegaba a las pantallas una discreta pero atractiva cinta por la que no demasiados parecían mostrar interés: L.A. Confidential (1997), un thriller noir perteneciente a una corriente que quedó olvidada décadas atrás con películas como El halcón maltés (The maltese falcon, 1941), El sueño eterno (The big sleep, 1946) o Los sobornados (The big heat, 1953). Curiosamente, el género apareció de nuevo en pantalla en unos años en los que no gozaba de su mejor momento, ya que desde la década de los 60 este tipo de cine se fue viendo remplazado por otros mas vistosos y demandados por el público, tales como el péplum, el western o las disaster movies.
L.A. Confidential está basada en la tercera novela de la saga El cuarteto de los Ángeles de James Ellroy, un libro complejo y a priori bastante difícil de adaptar a la gran pantalla que adoptó su nombre en referencia a una serie de escándalos producidos en los años 50 y en los que se vio inmersa la revista sensacionalista Confidential, que en el film sería representada bajo el seudónimo Hush-Hush. En la película, se narra la historia de tres policías de Los Ángeles envueltos en una intriga criminal que destapa los trapos sucios del departamento de policía local. Para recuperar el prestigio perdido, los tres agentes intentan hacerse cargo de la investigación del caso.
El director elegido para llevar a cabo el proyecto sería Curtis Hanson, un realizador poco conocido pero que venía precedido por el éxito del thriller La mano que mece la cuna (The hand that rocks the cradle, 1992) y que, a su vez, se haría cargo también de la escritura del guión junto a Brian Helgeland, que más tarde sería realizador de películas como Destino de caballero (A Knight’s Tale, 2001) o Legend (2015).
Hanson, al igual que hubiese hecho con anterioridad Clint Eatswood con el western en Sin perdon (Unforgiven, 1992), rescata un género olvidado con los códigos de antaño, modernizándolos y dándoles un aire nuevo con mucho más ritmo y acción que el clasicismo al que nos tenían acostumbrados los trabajos del género a lo largo de los años 40 y 50. El trabajo de cámara de Dante Spinotti no incluye grandes artificios, pero sí resulta, en su conjunto, una película bien filmada y sobre todo muy dinámica, lo que también la aleja del habitual (pero no por ello menos bueno) estilo pausado de las cintas del Hollywood clásico.
Al no ser una superproducción («sólo» costó 35 millones de dólares) contó con un elenco poco conocido para la época pero muy acertado, que incluía actores de la talla de Guy Pearce, Russell Crowe o un Kevin Spacey en su primer papel de peso tras haber realizado anteriormente excelentes roles secundarios en películas como Seven (Se7en, 1995) o Sospechosos habituales (The usual suspects, 1995). La construcción del relato en torno a estos tres personajes por parte del realizador y la relación entre ellos, pueden recordar de alguna manera a lo que hizo Sergio Leone con sus intérpretes en El bueno, el feo y el malo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), pero llevado a la época de los cincuenta, con tres tipos de morales muy diferenciadas entre sí. Aunque, si hay alguien a quien destacar en el reparto, es a una Kim Basinger casi retirada del cine por aquella época que, con un pequeño pero agradecido papel, enamoró a propios y extraños consiguiendo la preciada estatuilla dorada de aquel año. La película, aparte de este premio, también consiguió otro Oscar a por su guión adaptado, lo cual fue bastante meritorio tras tener que medirse las caras aquel año frente a la multipremiada Titanic.
La película muestra varias historias paralelas de manera bien estructuradas y fácil de seguir para el espectador, de esta forma, se van entremezclando durante la trama sin que nadie pueda perderse. Los veinte primeros minutos nos sumergen en el ambiente policial haciéndonos ver el día a día de una comisaría y presentándonos a los personajes de manera simple pero efectiva. A su vez, realiza con detallada crudeza una radiografía de la suciedad y la corrupción del cuerpo de policía de Los Ángeles, dejándonos ver cómo los policías, encargados de velar por la seguridad de los ciudadanos, son más unos justicieros que agentes de la ley. A partir de ese momento, el trabajo de Hanson se divide en dos partes muy diferenciadas: por un lado, aquella en la que que somos testigos de las corruptelas de la comisaría; por otro, la de investigación en sí con todo lo que ello conlleva. A través de esta división, el guión va desarrollándose sin precipitación y de manera brillante, invitando al espectador a formar parte de la investigación y a sorprenderse con algún que otro giro de guión inesperado. Esto resulta muy de agradecer, ya que de esta manera consigue aumentar el suspense manteniéndonos enganchados a la trama.
Otro de los puntos interesantes de la película es su ambientación dentro de la ciudad de Los Ángeles, la cual da al realizador la posibilidad de poder crear una especie de metacine introduciendo tramas secundarias dentro del Hollywood de los años dorados y el glamour que éste llevaba implícito. Tal vez, la parte más floja de la cinta sea la referente al negocio Flor de Lis, donde prostitutas de lujo son operadas para parecerse a estrellas de Hollywood. Este tramo no hace más que entorpecer el desarrollo de la verdadera investigación, quedándose todo en un segundo plano.
Por su parte, la banda sonora de Jerry Goldsmith está presente su justa medida y funciona perfectamente al transmitir al público las sensaciones que se prentenden contagiar en cada momento. Tiene reminiscencias al anterior trabajo del compositor, Chinatown (1974) y, sin destacar demasiado, acompaña deliciosamente cada una de las secuencias durante todo el filme.
Las dos décadas que está a punto de cumplir nos han confirmado que L.A. Confidential, es una película soberbia que ha envejecido de maravilla y que es digna de ser revisitada cada cierto tiempo. No esperemos veinte años más.
Por David Areces
