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Críticas

La casa del tejado rojo: el ocaso doméstico nipón.

Yoji Yamada, director con una extensa filmografía a sus espaldas, retoma al “problema doméstico”. Yamada analiza como pocos la transformación de la sociedad nipona a través de los conflictos que surgen en el seno familiar. Si en Tokyo Kazoku (2013), una de sus cintas más celebradas, el conflicto que se presenta es generacional pero inmerso en una sola época, en La casa del tejado rojo (2014) se presenta como una contraposición constante entre pasado y presente.

En esta ocasión, Yamada se apoya muy superficialmente en la novela The Little House de la escritora Kyoko Nakajima; digo muy superficialmente, porque apenas extrae elementos relevantes para mover la trama, lo que otorga al conjunto final un ritmo excesivamente pausado. Se suprimen aspectos muy interesantes de la novela y en su lugar se deja un espacio excesivamente longevo a aspectos costumbristas. Yamada toma el pulso a la sociedad nipona con excesiva benevolencia en el pasado, y con amargo pesimismo en el presente. La nostalgia nunca es buena, y en este film, queda bastante claro.

La casa del tejado rojo es un film coral, apoyado principalmente en el personaje de Taki, una joven campesina que abandona el campo para trabajar en la ciudad. Una vez en Tokio, encuentra trabajo para la familia del señor Masaka quien, junto a su esposa Tokkiko y su hijo, la acogen como una mas de la familia. Sesenta años mas tarde, Taki escribe sus memorias que revisa su nieto. Ante la muerte de Taki y la aparición de una misteriosa carta, arrojaran una sombra de duda en los “años felices” que relata Taki en sus memorias. Solo el nieto de Taki y su novia conseguirán cerrar un episodio tan secreto como amargo en la vida de Taki.

Los elementos de homoerotismo lésbico (Taki-Tokkiko), lealtad y sentido del deber (Taki-Masaka e hijo), opresión del matrimonio como institución y el telón de fondo de un Japón cuyo imperio se acercaba al ocaso con las bombas de Hiroshima y Nagasaki, marcan el tono de la película. Apenas, eso sí, el elemento clave de la cinta (la infidelidad) es explorado y, a mi entender, es un gran error. Si el conflicto principal se esconde en su metraje, a pesar de anticipar, preparar incluso el terreno con simbolismo y metáforas visuales (el cine nipón, y en este caso, heredero de la narrativa de escritores como Kawabata, es profundamente sugestivo) se deja oculto, sin nada a lo que el espectador pueda agarrarse, el resultado es poco más que dos horas de tedio.

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Recopilando sus virtudes, que las tiene, podemos enumerar, empezando por las mas notables, la actuación de Chieko Baisho (le valió el oso de plata a la mejor actriz en la Berlinale), actriz veterana del cine de Yamada, para quien ha rendido servicios en la mastodóntica serie de películas de Tora-san (al igual que Zatoichi es un samurai ciego, muy famoso en folklore japonés, el Tora-san es un vagabundo desafortunado en el amor) dirigidas por Yamada. También es una gran virtud la transición entre presente y pasado y su tramo final, que consigue aunar los elementos mas trágicos de su trama. Aun así, el conjunto adolece del tan ansiado ritmo narrativo. Hablo de una exposición pausada que cae en la parálisis, en el inmovilismo, que casi como una metáfora del conflicto personal de Taki, tarda una eternidad en llegar a la catarsis narrativa.

Lo mejor: Un film humano que ofrece una visión existencialista, bella y sencilla, de un Japón ya desaparecido. El Japón de la inocencia.
Lo peor: Le sobra una hora larga como una sombra. Su metraje obstaculiza la emoción latente en el film.

Por Gerard Gomila.
@Milopensa

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