Hace no mucho tiempo, las estrellas más brillantes de Hollywood -actores, directores y guionistas por igual- miraban con recelo a los productos concebidos para la pequeña pantalla. Y es que, así como a día de hoy el mundo de la televisión está infestado de apellidos tan familiares como Fincher, Sorretino ó Kidman, hace unos años nadie imaginaba que un nominado al Oscar fuese capaz de rebajarse al nivel de lo que, por aquel entonces, era considerado como la segunda división del entretenimiento audiovisual.
Sin embargo, el tiempo puso a todo el mundo en su sitio. Después de series tan exitosas como Los Soprano (The Sopranos, 1999), The Wire (The Wire, 2002) o Perdidos (Lost, 2004), el mundo de la televisión comenzó a ganar protagonismo hasta el punto de que, ahora, las producciones de la pequeña pantalla funcionan como imán para grandes personalidades de la Alfombra Roja sedientas por revitalizar sus carreras para volver a atraer la atención de los focos, y como plataforma de crecimiento para otras estrellas que, sin haber terminado de dar el gran paso al cine, siguen apostando por un medio de entretenimiento que hasta hace unos años no estaba bien reconocido. Y Sandra Oh podría ser una de sus más incuestionables representantes.
Catapultada a la fama por su aparición en Anatomía de Grey (Grey’s Anatomy, 2005) y ganadora del Globo de Oro por -precisamente- su papel de Christina Yang, Oh representa al prototipo de actriz talentosa que parecía que -pese a sus méritos- no iba a crecer mucho más por haber perpetuado sus andanzas en el mundo de la televisión. Sin embargo, y a pesar de lo que le ocurrió a su compañera de reparto (Katherine Heigl) cuando se aventuró en el mundo del cine, esta joven canadiense nacida en el seno de una familia de origen coreano dio en el clavo cuando se apuntó a Killing Eve (Killing Eve, 2018): la nueva serie de BBC America de la que todo el mundo debería estar hablando.
A pesar de que a muchos les parezca que esta producción no es más que un mero drama policial en el que la agente Eve (Oh) debe dar caza a la escurridiza asesina en serie llamada Villanelle (Jodie Comer), Killing Eve va más allá de la convencionalidad que habitualmente rodea a su género y se atreve a navegar por mares poco transitados -hasta ahora- en el mundo de la televisión. Conducida por un frenético guión que no se cansa de cambiar de localización -al más estilo Bourne- para contar su historia, y utilizando la dinámica de dos protagonistas excelentemente escritas para mantener vivo el interés del espectador por sus respectivos devenires, lo nuevo de Phoebe Waller-Bridge es el festín televisivo del subgénero de espías que todos estábamos esperando.
Episodio tras episodio, las idas y venidas de sus dos protagonistas -ambas arrebatadoras en sus papeles de heroína y villana- harán que el público aplauda la naturalidad y soltura que éstas confieren a sus personajes y la electrizante química que consiguen dotar a cada uno de sus encuentros, todo ello puesto en el contexto de una interesante investigación respaldada por un apartado de secundarios muy acertado. Y es que, aunque no tengo claro si gran parte de todos estos méritos se deben al material literario en el que está basada (Codename Villanelle), no queda duda de que lo que Killing Eve ofrece es poco habitual en su subgénero televisivo. Ya sea porque hay pocas series capaces de dar forma a una historia tan perturbadora como divertida, o porque no es habitual ver cómo dos estrellas aparentemente poco conocidas ofrecen actuaciones tan dignas de todos los reconocimientos habidos o por haber.