Los amantes del cine independiente están de enhorabuena cada vez que la multidisciplinar Miranda July estrena una nueva película. Directora de la genial y premiada Tú, yo y todos los demás (Me and You and Everyone We Know, 2005), esta artista, que igual te filma una película que te graba un disco, se está haciendo un hueco en la industria gracias a su genuina mirada, y un discurso muy reconocible dentro del circuito alejado de las grandes productoras.
Estos días podemos encontrarnos en cartelera con su última creación Cómo sobrevivir en un mundo material (Kajillonaire, 2020), donde de nuevo la directora arroja su mirada sobre las relaciones familiares y sociales de un grupo de seres inadaptados a la vida moderna, pillos urbanos que tratan de sobrevivir al margen de lo establecido, afectando a sus propias emociones y arrastrando en el viaje, como daños colaterales, a aquellos que se interponen en su camino.
En Kajillonaire seguimos las andanzas tragicómicas de una familia formada por un matrimonio, entrado ya en la edad de la jubilación, y su joven hija, su fiel cómplice para sus pequeños hurtos y timos, cuya enfermiza relación los ha convertido en unos parias incapaces de transitar de forma equilibrada por un mundo que rechazan, al que se están enfrentando sin pensar en las consecuencias emocionales que esta actitud está ejerciendo sobre ellos. Durante uno de estos intentos por engañar al capitalismo, la familia conocerá a una joven entusiasta que cambiará sus destinos para siempre.
Con un guion que destaca por ser detallista y sensible (ninguna novedad en la filmografía de July) las intenciones de sus personajes son más obvias en esta ocasión que en sus obras anteriores. La sencillez con la que el argumento se va desarrollando no impide que absolutamente todo el reparto luzca brillante en cada escena. Desde una retraída y sumisa Evan Rachel Wood, hasta una contenida Debra Winger. Pero los personajes que mejor lucen en pantalla son un magnífico (como siempre por otra parte) Richard Jenkins en su papel de neurótico e irresponsable cabeza de familia, y una Gina Rodriguez que expresa ternura y comprensión en cada mirada.
De una estética que los modernos califican ahora como “indie”, la película entretiene, aunque el arranque prometa algo más que una simple comedia dramática y romántica que hacia el final se hará ligeramente obvia y un tanto huérfana de sorpresas.