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Celebrando El Juicio Final

El atrevimiento de un innovador como James Cameron ha traído muchas alegrías al exigente cine de ciencia ficción (también al de acción, por qué no), aunque hoy ande empeñado en que tengamos Avatar para rato. El género, en permanente necesidad de modernización argumental y técnica, como no podía ser de otra manera, ha tenido en la figura del director estadounidense uno de los valientes y más punteros abanderados. Películas como la primera parte de Terminator (1984), Aliens (1986) o Abyss (1989) demostraron no sólo el talento de un joven realizador para acometer proyectos de gran envergadura, sino su predilección por la innovación tecnológica con altas posibilidades de éxito. La inteligencia con la que ha ido poniendo en práctica estas prestaciones a lo largo de su carrera ha dado sus frutos, ya que algunas de sus películas, por unas razones u otras, han pasado a la historia.

Ese es el caso de Terminator 2: El juicio final (Terminator 2: Judgment Day, 1991) secuela ganadora de cuatro Premios Oscar, convertida en nuevo punto de partida cinematográfico que llevó a los espectadores a experiencias nunca antes vividas en una sala de cine. El uso de los (por aquel entonces casi nuevos) efectos digitales en beneficio de la imponente acción del film superó todo lo realizado anteriormente y resultó el mejor precedente posible para producciones posteriores que exigirían un nivel similar.

UN CASTING DE LO MÁS ACERTADO

La secuela de Cameron debía apoyarse, entre otros aspectos, en la credibilidad que ofreciesen los personajes contemplados en el guión. A los ya conocidos Sarah Connor (una Linda Hamilton especialmente fibrosa y musculada gracias al entrenamiento con Uzi Gal, un antiguo comando de las fuerzas especiales israelíes) o el T-800 (el productor Mario Kassar premió a Arnold Schwarzenegger con un avión por rodar la secuela), se unieron al joven John Connor y el que a la postre sería uno de los grandes villanos del cine: el T-1000. Para interpretar a estos dos últimos, se eligió entre un casting muy numeroso a Edward Furlong y Robert Patrick. En el caso del primero no había dudas: su aspecto debía ser el de un adolescente impetuoso y desarraigado, acostumbrado a buscarse la vida; a timar sin ser timado, a conseguir dinero de cualquier manera: ¡dinero fácil!

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Mali Finn, director del casting de la película, no tardó mucho en decidir que el de John Connor debía ser un papel para Furlong, que un tiempo después, demostraría que Finn no estaba equivocado: su interpretación, dinámica y verosímil, fue reconocida con premios como el MTV Movie Awards al mejor actor revelación en 1992 y un Saturn como mejor actor joven. Imposible olvidarse de aquel incontrolable flequillo o de aquella enternecedora conversación con el T-800 en uno de las secuencias más «íntimas» de la película. Lo peor vendría después de aquel éxito, cuando las adicciones del actor hundirían una carrera realmente prometedora que, a partir de ese momento y salvo papeles en películas como Corazón roto (American Heart, 1997), Antes y después (Before and After, 1996) o American History X (1998), se ciñó a apariciones en productos realmente deleznables.

Por su parte, Robert Patrick interpretó implacablemente al temido T-1000, un Terminator constituido de metal líquido con la capacidad de adoptar la apariencia de cualquier objeto o persona. Antes que en el actor, Cameron pensó en la posibilidad de que el robot asesino fuese interpretado por el roquero británico Billy Idol. El trabajo de Patrick resultó impresionante y muy efectivo, puesto que su falta de expresión (consciente, claro está), sus angulosos rasgos y una espeluznante manera de correr, trabajaron en pos de la tensión de algunas de las escenas más espectaculares y aterradoras de Terminator 2. Como curiosidad, decir que volvió a desempeñar este papel en Wayne’s World ¡Qué desparrame! (Wayne’s World, 1992), lanzando aquella pregunta fatal: ¿Ha visto a este chico?

¡SÍ, SE PUEDE!

En efecto, Cameron lo tenía claro, lo que exigía el guión en lo que respecta a efectos visuales era posible y, aunque por aquel entonces resultaba difícil de creer, el equipo de genios de Industrial Light & Magic y Stan Winston, uno de los grandes de la categoría, hicieron realidad todas las demandas de una historia necesitada de toda la creatividad e invención de los maestros de los FX.

El reto se superó con creces, sobre todo en su faceta más digital. A lo ya conseguido en películas como El secreto de la pirámide (Young Sherlock Holmes, 1985) o Abyss, primeros pasos de la era de los ceros y unos, se unió el desarrollo más depurado para dar vida al T-1000 y toda la credibilidad que demandada un personaje así. Gracias a ellos, espectadores de todo el planeta se quedaban boquiabiertos al ver los logros cinematográficos y técnicos que Terminator 2 había conseguido. Sin embargo, lo realmente complicado de los efectos especiales de la película de Cameron era hacer compatibles ambas disciplinas, lo digital con lo artesanal, las nuevas e impresionantes técnicas y lo que siempre se había usado: maquillaje y animatrónicos.

© Industrial Light & Magic

© Industrial Light & Magic

Pero he aquí que jamás se había aunado tanto talento. Por una parte, estaba Stan Winston, el que para muchos fue el mejor creador de prótesis y animatrónicos, esas criaturas animadas mediante cables y mecanismos que, una y otra vez, lograba hacer que pareciesen reales. Por otra parte, en la Industrial Light & Magic, empresa fundada en 1975 por el todopoderoso George Lucas, se encontraban los mejores especialistas en efectos generados por ordenador, una técnica que, de una forma más básica, ya había aplicado el propio Lucas en Star Wars Episodio IV: Una Nueva Esperanza; la secuencia «Génesis» de Star Trek: la ira de Khan, o el famoso morphing visto en Willow, eran algunas de las técnicas que precederían al primer personaje protagonista generado parcialmente por ordenador: el T-1000.

Los enormes profesionales a los que podemos y debemos agradecer toda esta magia son gente como Dennis Muren, Richard EdlundJoe Johnston o Phil Tippet, verdaderos artífices del éxito del desafío al que los expuso James Cameron. Tras Terminator 2, Parque Jurásico (Jurassic Park, 1993), Jumanji (1995), La máscara (The Mask, 1994), Twister (1996), Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra (Pirates of the Caribbean: The Curse of the Black Pearl, 2003) o, más recientemente, la saga Harry Potter, Transformers (2007) o Avatar (2009), son los brillantísimos trabajos de una factoría dedicada a aceptar retos imposibles que, finalmente, disfrutamos ensimismados desde la butaca.

MULTIPLICANDO LA ACCIÓN

Si hay algo más de la gran película de James Cameron que debemos destacar deben ser las escenas de acción, una de las grandes atracciones de un trabajo dispuesto a romper con lo visto hasta el momento. También en ese género. En Terminator 2 se funden perfectamente todos los elementos propios del cine de acción, dando como resultado secuencias de altísimo nivel dentro de una categoría cinematográfica acostumbrada a tiros, bombazos y acrobacias automovilisticas que, sin embargo, tuvieron en la película de James Cameron cotas muy altas de espectacularidad (y de presupuesto: 132 millones de euros). Podríamos hablar de varios ejemplos dentro del film pero, sin duda, una de las escenas más significativas que demuestran la impresionante propuesta de Cameron es la persecución de John Connor y el T-800 por parte del T-1000. Este último había elegido como amenazante medio de transporte la «cabeza» de un tráiler y acosaba a los «buenos» que se defendían en moto como podían. La secuencia es imponente y se rodó en los canales de desagüe del Valle de San Fernando (California).

PONER MÚSICA A LA FUNCIÓN

El despliegue visual que supuso Terminator 2 necesitaba de una potente banda sonora que acompañase tamaña producción. El elegido para la causa fue Brad Fiedel, que supo traducir la devastadora acción del film en una composición igual de poderosa que tuvo sus notas más llamativas en aquellas que daban sonido a las metálicas y afiladas garras del T-1000. Todo lo que creó Fiedel para varias de las escenas sonaba punzante y amenazador, aunque el tema principal de la película resultaba mucho más solemne y apocalíptico. Esta composición principal es, sin duda, el track abanderado de todo el brillante trabajo de Fiedel que, cosas de la vida, no se ha dejado ver mucho más en terrenos del séptimo arte.

Por otro lado, Cameron no dejó escapar la ocasión de incluir un tema alejado de las composiciones más cinematográficas que además causó furor entre los espectadores. Hablamos de You could be mine de Guns N’ Roses, el segundo sencillo más vendido del grupo de rock, y una de sus canciones más populares.

Por Javier G. Godoy
@blogredrum
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