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Cine norteamericano

Joy: El absurdo interés por una fregona

David O. Russell ha hecho lo que ha podido. Encontrar un tema atractivo en el que centrar el guion de una película no siempre resulta una tarea sencilla. Lo corriente, lo que parece que suele ocurrir, es que la historia en torno a la que gira la trama sea interesante siempre y cuando el planteamiento también lo sea. Se estrenan cada año decenas de biopics que no tienen ningún tipo de elemento atractivo que, al final, son tan entretenidos y tan relevantes que casi hacen que quien los ve se olvide de que está (de nuevo) ante el reflejo cinematográfico de la vida de alguien que casi nadie conocía. Pues bien, Joy ni es atrayente ni está bien construida.

Joy Mangano vivía una vida desestructurada que nadie querría vivir, inventó una fregona tan mágica como aquello que consistía en sacar un conejo de una chistera, hizo una enorme fortuna y se convirtió en dueña suprema de la teletienda en Estados Unidos. Por alguna extraña razón, la hazaña de esta mujer es digna de pasar por el complicado filtro cinematográfico y convertir de nuevo a Jennifer Lawrence en la reina de la gran pantalla que se supone, de forma un tanto errónea, siempre ha sido. Sin embargo, es la mano sin un estilo concreto de David O. Russell la que provoca que realmente sea imposible saber cuál es el propósito final de Joy. En ocasiones es tan estridente, tan redundante y tan carente de interés que, quizá, la fuerza que se supone desprende el espíritu de superación de quien cambia de vida radicalmente gracias a la ambición y a la lucha por conseguir sus objetivos es lo que tiene que conectar con el espectador. No es así. Joy es un largometraje que, sin llegar a ser plano, resulta tan correcto que es inevitable distraerse de lo que se proyecta en la pantalla que hay ante nuestros ojos.

Es probable que la mala costumbre de David O. Russell por tocar todos los estilos posibles en su cine sea la causante de que Joy no merezca realmente la pena. Ha ocurrido anteriormente y, sin embargo, hay alguna ocasión aislada en la que el resultado esperado era incluso mejor. No nos engañemos todavía. En este caso, la primera hora resulta incluso entretenida. De hecho, hay algún que otro momento lúcido en el que se puede recuperar la atención del espectador. Pero no será suficiente para convertir a Joy en una buena película. Tampoco lo será para hacer de ella una de las mejores de un director tan inestable como fácil de digerir.

Jennifer Lawrence carga con el peso de interpretar a quien da título a la película, lo que parece no preocuparle dadas las altas dosis de sobreactuación a las que se enfrenta cada vez que frunce el ceño. Le acompaña, como no podría ser de otra forma, Bradley Cooper, cuyo bien ejecutado papel tiene tan poco peso en la cinta que su aparición es más episódica que relevante, convirtiéndolo en una sombra que persigue al personaje de Lawrence como si quisiese robarle un poco de ese protagonismo que quizá le pertenece por derecho.

© 20th Century Fox

© 20th Century Fox

El jaleo de vida que quiere representar Joy no es, ni de lejos, aquello a lo que podría haber aspirado en el caso de haber elegido con más cuidado los detalles que parecen haberse escapado del control de David O. Russell. Quizá no necesite definir el camino que su cine debe seguir, es probable que caiga en los brazos del conformismo creativo y se sienta realmente contento con ello. Pero no es necesario pretender dar más de lo que permite una historia tan erróneamente planteada y tan insulsa como la que nos ofrece para comenzar el año.

Lo mejor: el logro de encontrar en la historia del sueño americano más absurdo algo de entretenimiento.

Lo peor: creer que este biopic es realmente necesario.

Por Sheyla López

@_Volvoreta

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