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Críticas

Joker: La comisura revolucionaria

Cuando en 2009 Heath Ledger recibía el Oscar póstumo tras su interpretación de Joker en El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008), el amargo recuerdo de su fallecimiento contrastaba con su trabajo como el payaso sociópata que traía de cabeza al bueno de Batman. Todas las voces coincidieron en que el actor estadounidense había creado un nuevo icono cinematográfico y que su imagen, la de un descerebrado de pelo verde y grasiento con cicatrices en la boca que le hacían parecer sonreír todo el tiempo, se vería en camisetas, tazas, pines… y en estudios sobre interpretación. Porque sí, la performance era inmensa.

Con esos antecedentes, otro descerebrado sería aquel que pretendiese reciclar al villano más carismático de DC para dar a luz un nuevo Joker. Así, el experimento Escuadrón suicida (Suicide Squad, 2016), permitió comprobar la misión imposible cuando Jared Leto se dejaba los dientes (de plata) intentando crear un nuevo payaso asesino. Su trabajo acompañó la caída en picado de la película, una cinta olvidable donde su intrascendente Joker se desvanecía sumergido en el patético guion.

Pero el cine parece no tener límites ni querer aprender de lecciones pasadas, y es que, precisamente por ser un arte, es capaz de reinventarse una y otra vez. Nadie acertaría a pensar que, tras Romero, Nicholson, Ledger, Hamill (en la versión animada) o Leto, el personaje pudiese tener un reboot con la enjundia necesaria como para superar la iconografía construida con el tiempo. Sin embargo, Todd Phillips, que ha resultado ser Juan sin miedo, deja atrás su divertida trilogía sobre la resaca para jugarse el cuello, y posiblemente el pan de cada día, sumergiéndose en la mente de un enfermo convertido en criminal: El imponente nuevo Joker, que pide en su eslógan una eterna happy face, sitúa con privilegio a Phillips en el candelero de realizadores y a Joaquin Phoenix, imperial, en la pole de salida para los próximos Premios Oscar.

Joker (2019) va de menos a más. El director da la sorpresa construyendo un relato apoyado en una evolución coherente y verosímil del enfermo mental Arthur Fleck hacia el sociópata que todos conocemos. Fleck es el resultado -casi lógico- de una sociedad despiadada que no solo se asusta frente al diferente, sino que lo ataca sin piedad. Así es como Fleck comienza una mutación inevitable y que avanza con la gasolina del odio, no del que él siente por los demás, sino por el que los demás le demuestran una y otra vez. Es, en definitiva, la imparable maquinaria de una sociedad corrupta cuyos valores se deforman una y otra vez, puesta al servicio de un fabricante de maldad de primer nivel: el resentimiento.

DC Comics / DC Entertainment / Warner Bros

De esta forma, los puristas verán en la película un alejamiento excesivo del personaje cuya transformación les resultará tramposa y traicionera, pero lo cierto es que este acercamiento al psicokiller es estimulante y revolucionario, tanto como la forma en que Joker -como así quiere Arthur que lo llamen- acabará liderando una horda de indignados que verá en sus rasgos de payaso herido el líder de una insurrección desde la comisura de los labios. Llegados a este punto, no importa que este nuevo mesías del terror llegue con la mochila cargada de crímenes -y de traumas, claro-, pues los muchos exaltados, empobrecidos por la diferencia de clases y enfadados por la ausencia de dirigentes que los representen, solo quieren poner Gotham patas arriba. Ya no hay tiempo ni lugar para el diálogo, solo muchas heridas abiertas y un individuo que las embadurnará de sal.

Al ritmo de temas como Send In The Clowns, de Frank Sinatra, Smile, de Jimmy Durante, o Laughing, de The Guess Who, el filme une sus piezas y va enseñando las cartas para ganar casi todas las jugadas. Hay una intención manifiesta por alejarse del formato grandilocuente de Marvel o el toque kitsch casi insoportable de otros trabajos de DC, aunque Phillips es capaz de compatibilizar el matiz indie de la historia -y la textura de sus imágenes- con un tono superlativo cuando la ocasión lo requiere. Se dan en Joker dos o tres secuencias de alto voltaje para finalizar -sin spoilers- en un clímax tan demoledor como no exento de cierta sorna; al fin y al cabo, es Joker quien ha perdido del todo la cabeza y ha ganado una sonrisa socarrona que acompañará ya todas sus andanzas.

Cuando Lucrecia Martel anunciaba que Joker era la ganadora del pasado Festival Internacional de Cine de Venecia, muchos se echaron las manos a la cabeza pensando que el certamen más veterano de Europa cedía ante las bondades de un Hollywood pasado por el filtro del independiente. La realidad estaba lejos de esa ese pensamiento agorero; Joker merece ser reconocida por ambiciosa, taciturna y anómala. Por imperfecta aunque convincente. Por hacernos amar a un esperpento dolorosamente inolvidable.

Lo mejor: La evolución creíble y salvaje del personaje de Arthur y el formidable trabajo de Joaquin Phoenix.

Lo peor: Un uso ligeramente atronador de la partitura de Hildur Guðnadóttir.

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