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John Ford: 40 años de la muerte de una leyenda

En una ocasión le preguntaron a Orson Welles qué tres directores habían sido los más influyentes de su carrera. No dudó: John Ford, John Ford y John Ford. Lo mismo que Ingmar Bergman, que le consideraba el mejor de la historia. Como ellos, muchos otros directores, actores y críticos señalan a Ford como el mejor director de todos los tiempos. Una afirmación arriesgada, pero en este caso quizás no tanto. Un artesano, un poeta y un arquitecto del cine que entregó más de 50 años al séptimo arte, forjó numerosas leyendas sobre su vida, ganó cuatro Oscar como director (aún no ha sido superado), lanzó al estrellato a grandes actores e hizo del western el gran género americano. Murió el 31 de agosto de 1973. Cuarenta años después de su muerte su imagen con aquel parche en el ojo izquiedo, las invenciones sobre su vida y sus enormes películas siguen vivas y envejeciendo estupendamente. Continúan emocionándonos y recordándonos que las historias sencillas pueden ser las mejores, sólo hace falta una cosa: saber contarlas; y de esto Ford sabía un rato.

 
Conoció el cine desde todos sus ángulos y perspectivas. El joven John Martin Feeney, su auténtico nombre, comenzó en la industria de la mano de su hermano Frank, que siendo un chaval se trasladó a Hollywood desde Maine (su lugar de origen) para conocer este oficio. Allí John, al que siempre su familia (de origen irlandés) le había llamado Jack trabajó como tramoyista, regidor, atrezzista, actor, etc. Cuentan que cuando participó como extra en «El nacimiento de una nación» (D.W. Griffith) empezó a picarle el gusanillo más de la cuenta. Dos años después, en 1917, dirigió su primera película «A prueba de balas«. Comenzaba así su época como director de cine mudo que cuenta con unas 60 películas, algunas de ellas realmente buenas como «Caballo de hierro» y «Tres hombres malos«. Después de abandonar su pseudónimo, el de Jack Ford por John Ford,  trabajar para Universal y para Fox, de haber hecho comedias, películas románticas, pelis de aventuras y westerns, la industria cambió por completo con la irrupción del cine sonoro. Con la llegada del sonido muchos grandes directores vieron truncadas sus carreras, como el mismísimo D.W. Griffith o Erich Von Stroheim entre otros, sin embargo Ford supo cómo adaptarse a la nueva situación y hacerla totalmente suya. Es más, durante los primeros años del cine sonoro muchas productoras habían despedido a sus directores, entre otros a Ford, para contratar a directores teatrales. Error. Al final recularon y Ford volvió a ver proyectos. 
Arranca así su ascenso imparable. Llegan sus grandes títulos y demuestra que es un gran director de actores, un arquitecto de la imagen y de la escenografía y un incansable trabajador (cuenta con 160 películas). Se centra en el western, pero toca muchos más géneros, de hecho sus Oscar se los dieron dramas como «El delator» (1935) , «Las uvas de la ira» (1940), «Qué verde era mi valle» (1941) y «El hombre tranquilo» (1952). Nadie ha superado hasta el momento semejante colección de estatuillas. 
Pero el western era su verdadera pasión. «Creo que el lado más simpático del western consiste en que todo el mundo puede identificarse con los ‘cow-boys…Todos deseamos dejar detrás de nosotros el mundo civilizado y les envidiamos menos a ellos como individuos que a la vida sencilla y recta que pueden vivir. Todos nos imaginamos que hacemos cosas heroicas…» Ford no hacía películas, hacía clasicazos. Se trasladaba a Arizona, su lugar favorito para rodar, y allí inventaba inmensas aventuras protagonizadas por seres humildes de gran corazón, allí enfrentaba a blancos con ‘pieles rojas’, allí contaba cómo los americanos habían viajado hacia el Oeste para construir el ferrocarril, para obtener el oro de sus ríos, para conquistar nuevos territorios. Ford es el western. Y sólo hay que echar un vistazo a la enorme cantidad de maravillosas películas de esta temática que nos ha dejado. «La diligencia» (1939), por la que obtuvo una nominación al Oscar como director y la que lanzó al estrellato ni más ni menos que al tipo más duro del Oeste, John Wayne. Es una pequeña obra maestra que narra un viaje en diligencia, obvio, en el que coinciden todos los personajes tipo del western. Magistral. Con «Fort Apache» (1948), otro peliculón con Wayne y Henry Fonda desmitificó a la Caballería de los EE.UU. contando el desastre de la batalla de Little Big Horn; la peli explica las causas por las que perdieron la batalla y de paso muestra una imagen diferente del indio ‘piel roja’, un pueblo al que Ford respetaba profundamente. Es también la película que inicia su trilogía de la caballería (sin reconocer oficialmente), junto a «La legión invencible» y «Río Grande» en 1950. 
En 1956 se estrena una de las grandes películas del género, «Centauros del desierto«, para muchos la mejor de toda su filmografía. Repite con John Wayne en este drama cargado de lirismo que contiene algunas de las mejores escenas, técnicamente hablando, de la historia del cine. Pura magia. Impresionantes algunas de las escenas en las que no hacía falta que los personajes dijeran ni una sola palabra. «El hombre que mató a Liberty Valance» (1962) es otro de sus grandes títulos. Con Wayne y James Stewart, Ford habla del honor, de la relación entre leyenda y realidad y como siempre, de la humildad. Una obra redonda y una de sus últimas grandes películas. Por el camino muchas otras como «Mogambo«, «Dos cabalgan juntos«, «La conquista del oeste«, «Misión de audaces«, «La taberna del irlandés«, «El sargento negro«, «Cuna de héroes» y un larguísimo etcétera. Se despidió del cine en 1966 con «Siete mujeres«, un drama ambientado en la frontera entre China y Mongolia y protagonizado por una doctora con ideas muy modernas a quien daba vida Anne Bancroft
Unos años después fallecía este irlandés vocacional nacido en Maine, aficionado al whisky, tachado de misógino, con ideas políticas muy ambiguas y que había aprendido a hablar navajo para relacionarse con el pueblo al que tanto admiraba y que tanto le dio. Su vida y su obra se inspiran en las leyendas. Era un absoluto genio detrás de las cámaras, pero él al igual que hacía con sus historias lo simplificaba todo: «Sólo soy un director de películas del Oeste«. aseguraba. 
Por Lore Pérez
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