Siempre hemos oído que la justicia es ciega, y este apelativo es el que sin duda mejor ha definido en ocasiones a los miembros de la Academia de Cine a la hora de otorgar los Oscar a la Mejor Película. Pero el paso del tiempo, el mismo que no cura heridas, pone a cada uno en su lugar.
Como si esto fuera una destilería, tendremos grados. En nuestras apreciaciones matizaremos entre las pequeñas injusticias y las grandes injusticias (o sin sentidos).
PEQUEÑAS INJUSTICIAS
Corría el año 1942, y EEUU acababa de entrar en la Segunda Guerra Mundial después del ataque a Pearl Harbor. Antes había sufrido el devastador efecto de la caída de la Bolsa del 29, el New Deal, Central Park tomado por los vagabundos (tan bien reflejado en Cinderella Man) y la llegada a Hollywood de los europeos que huían de las persecuciones totalitarias (Fritz Lang, Billy Wilder, Otto Preminger, Lubitsch…). La Academia decidió que ese año la vencedora fuera la maravillosa e intensa Qué verde era mi valle, del maestro John Ford. Todo normal salvo por tres pequeños detalles titulados Sospecha, El halcón Maltés y, sobre todo, Ciudadano Kane. Suponemos que Orson Welles, que tenía a John Ford por lo mejor que le había pasado al cine, no se lo tuvo demasiado en cuenta a la Academia, pero una de las consideradas cumbres del cine mundial se quedó sin la dorada estatuilla.
La misma sensación le debió quedar al propio Ford, cuando diez años después, tuvo que ver como una película que, con la perspectiva del tiempo, no pasa de mediocre (El mayor espectáculo del Mundo) se impuso a la obra maestra del irlandés El hombre tranquilo. Quizá se consolase viendo que otro clásico como Solo ante el peligro se quedaba también sentada en el patio de butacas.
Pero las malas elecciones no son patrimonio de los académicos de los años 40 y 50. A principios de los 90, y con la aun de cuerpo presente guerra del Golfo, Bailando con lobos, la “hagiografía” amarga de un teniente yanqui frente a los arrasados pueblos nativos le arrebató el premio a dos grandes entre las grandes, la última parte de El Padrino y, sobre todo, la sublimación del montaje y el guion de Uno de los Nuestros. Aunque para Scorsese, como veremos más adelante, ya llovía sobre mojado.
En fin, buenas películas que, por matices, dejaron fuera de la historia de los Oscars a auténticas obras maestras.
GRANDES INJUSTICIAS
Volvemos a la década de los 40, concretamente al año que parte la década en dos. En él vamos a hacer un ejercicio de memoria. ¿Alguno de ustedes recuerdan un musical de trasfondo cristiano llamado Siguiendo mi camino? ¿No? Sin embargo, sí les vienen a la memoria clásicos como Gaslight o Perdición, la cumbre del cine negro. Adivinen ahora cuál de estas tres películas se alzó con la estatuilla.
Durante los 50 el poder de los grandes estudios y superproducciones aplastó el atrevimiento y la crudeza de la primera generación de la posguerra. En 1957 Cantinflas y David Niven recorren el Mundo en 80 días rodeados de la película con más cameos de la historia. Una película del montón, que tuvo un éxito significativo en taquilla. Pero, ay amigo…ese año compitieron en diferentes categorías películas como: El loco del pelo rojo, Los 10 mandamientos, El hombre que sabía demasiado, o Centauros del desierto, muchas de ellas ni siquiera estuvieron nominadas a la mejor película.
Dos años más tarde, y parece que aun con los efectos del alcohol presentes, premiaron la buena película de Vicente Minelli, Gigi. Ese año es más discutible que no fuera la mejor entre las nominadas, sobre todo cuando te das cuenta que a la Academia se le olvido valorar como candidatas a dos peliculillas sin importancia, Sed de mal y Vértigo.
Llegamos a 1976. Los académicos habían estancado su gusto y su criterio en los 50, en las historias de superación y de consecución del sueño americano, mientras los nuevos roles de la cinematografía se abrían paso a base de guiones sucios, realidades arrabaleras y una generación de jóvenes directores dispuestos a acabar con el statu quo vigente en la meca del cine. En aquella edición el galardón fue a parar a manos de Rocky, una fábula de un buen nivel, pero que palidece frente a soberbias e intemporales joyas como Todos los hombres del presidente o la sublime Taxi Driver.
El pobre Scorsese no tuvo que esperar mucho para ver cómo le iban a escamotear los laureles del éxito apenas cinco años después, cuando presentó su segunda obra maestra, Toro salvaje. Mientras miraba de reojo la bella factura y el aroma a clásico que destilaba El hombre elefante de David Lynch esperando que tanto blanco y negro no saturara al jurado, apareció el guapo de Robert Redford y dejó a los dos sin la anhelada estatuilla por una buena película que ya nadie recuerda llamada Gente corriente.
En 2002 tuvimos que soportar que el doble de Richard Gere y una deslumbrante Catherine Zeta Jones a lo garçon en Chicago le levantasen el premio a Polanski y su desgarradora El Pianista. O unos años antes, cuando un jurado hortera decidió que la comercial y almibarada Shakespeare in love era mejor película que Salvar al soldado Ryan.
Más casos que cada año por el mes de febrero siempre salen a relucir son las batallas entre Carros de fuego y En busca del Arca perdida, Forrest Gump y Pulp Fiction, Crash y Brokeback Mountain… Rankings que cada uno adapta a sus gustos. Y ya sabemos que, como diría el marqués de Sade, para gustos, el porno.