Decía Nicolas Roeg que nuestras vidas están llenas de todos los géneros; que el miedo, presente continuamente, da la cara de maneras muy diferentes. En gran parte de la filmografía del director londinense se hace patente esta afirmación, aunque tan sólo necesitó uno de sus trabajos, Amenaza en la sombra (Don’t Look Now, 1973), para que la premisa quedase grabada a fuego convirtiéndose en influencia de muchos cineastas posteriores. Su visión del terror como un sentimiento humano poético, profundo y poliédrico dio a luz la fabulosa película protagonizada por Donald Sutherland y Julie Christie, mirada que podría formar parte de las bases de los proyectos de género responsabilidad de la productora con sede en Nueva York A24. Under the Skin (2014), Enemy (2014), La bruja (The Witch, 2016), Llega de noche (It Comes At Night, 2017) o, ahora Hereditary (2018), son varios de los trabajos que ha llevado a cabo la marca desde hace un quinquenio, poniendo de manifiesto no sólo su gran olfato para los buenos guiones y los realizadores con talento, sino una evidente preocupación por desmarcarse de los estándares del cine más apegado a las grandes audiencias.
En la misma dinámica y debido a ese afán proteccionista de cierto sector del horror independiente -no necesariamente norteamericano- por revitalizar con mimo una clase de cine que siempre camina en la incertidumbre del alambre creativo, han ido surgiendo a lo largo de los últimos años interesantísimas obras capaces de evitar la indiferencia de crítica y público: Paranormal Activity (2007), Kill List (2011), Babadook (The Babadook, 2014), It Follows (2014) o Déjame salir (Get Out, 2017), son buena muestra de una alternativa a la fórmula del jumpscare que reina descarada y repetitivamente en el terror mainstream y que vuelve a las salas, una y otra vez y sin que nadie parezca poder evitarlo, por encargo de las productoras más recalcitrantes. Por suerte, Hereditary, dirigida por un jovencísimo realizador neoyorquino llamado -apunten este nombre- Ari Aster y que puso el buen ojo clínico de la productora A24 de nuevo en el candelero tras repartir escalofríos en el Festival de Sundance, se sitúa en las carteleras patrias para acongojar a los espectadores que disfruten del terror minimalista y las cuestiones -físicas y psicológicas- que se gestan en el lado oscuro del ser humano. Un terror que reniega de vicios heredados, de gestos gratuitos o de sustos sin gas; un terror que reclama su autonomía y reivindica, sin forzar los ademanes, aquellos referentes que lo nutren.
De esta forma, siguiendo los principios de dicha toma de distancia de los precocinados del género, es como el joven Aster ha cimentado su proyecto. Retazos del Polanski de La semilla del diablo (Rosemary’s Baby, 1968), el horror japonés o las propias directrices de Nicolas Roeg, parecen haberle dado forma a los pilares sobre los que se apoya Hereditary, quizá, la madurez precoz de alguien que había demostrado maneras llamativamente depuradas con un cortometraje sobre abusos sexuales titulado The Strange Thing About the Johnsons (2011). Con un antecedente así, no hay duda de que al realizador le importan de igual manera forma y fondo, pues el film se alimenta en gran parte de su metraje de las problemáticas surgidas en los conflictos familiares y la debilidad de sus estructuras ante situaciones de estrés. Por esto, el cuidado de la puesta en escena -planos estáticos cuyos elementos que los conforman se colocan de manera perfectamente estudiada-, las diferentes texturas y capas, y la perseguida inquietud resultante de la simbiosis entre texto y exposición, se convierten, por pura justicia poética, en los potentísimos argumentos de una película llamada a ser recordada no sólo como un arriesgado y, en cierta manera, innovador trabajo cinematográfico, sino como un nuevo referente de la purificación más perspicaz de su categoría fílmica.
Pese a todas sus virtudes, Hereditary no es una película perfecta. Existe un momento determinado en el que el film se entrega a las bondades de lo explícito, tramo que podría molestar levemente a aquellos que hayan estado gozando de un tono general liviano y tenue. Aster despliega la cacharrería implícita en un clímax que sí hace honor al horror más tópico en detrimento de la ideas primigenias y realmente trascendentales: el legado femenino, la búsqueda de la identidad dentro del croquis familiar, y la manipulación -consciente o inconsciente- de sus miembros. No obstante, el director logra impermeabilizar su labor controlando las euforias propias de los desenlaces más ruidosos con loable inteligencia, procurando que el espectáculo no pierda su esencia ni el tren de la bruja sus raíles. Y así, sumándose al triunfo de las buenas maneras una Toni Collette sensacional y la atmosférica música de Colin Stetson, es como se ha forjado una de las películas a tener en cuenta de este 2018. Hereditary abandera el triunfo de lo estilizado y lo sutil, confirma la seguridad y la audacia de un nuevo cineasta y aporta su lúcido grano de arena a la revolución del horror secesionista.
Lo mejor: Su intención palpable por desmarcarse del terror más trasnochado y Toni Collette, imponente.
Lo peor: Cuando se hace más explícita pierde ligeramente su carácter.