Hedi, un viento de libertad (Hedi, 2016), la ópera prima del director Mohamed Ben Attia, resuelve con un regusto agridulce la complicada situación del hombre contemporáneo, que se debate incansable entre la tradicional pasividad, y la temeraria oferta de una vida llena de posibilidades.
De nuevo, nos encontramos de frente con una nueva reinterpretación del mito de la caverna de Platón, una idea manida y trasnochada que ya no produce el mismo efecto que antes en una sociedad acostumbrada a todo tipo de lujos y libertades. El film narra la historia de Hedi (Majd Mastoura), un joven al borde del matrimonio (típica crítica a la tradición) que decide tener una aventura con una mujer que es claramente inalcanzable para él, y no porque no pueda conquistarla, sino porque vivir en la caverna resulta más cómodo que arriesgarse y ver el sol. La dura transición social a un mundo más abierto y permisivo para la ruptura de las tradiciones impregna de contenido político este largometraje, que convierte el personaje de Rym (Rym Ben Messaoud) en propaganda occidental.
Habitualmente, las películas que siguen este leitmotiv narrativo, optan por finales optimistas, donde los protagonistas consiguen realizar sus sueños, además de llevarse consigo a un par de amigos y la chica guapa. Hedi por el contrario, resulta más un recluta patoso, mareado por sus propios sentimientos y caprichos. ¿Qué es lo que quiere Hedi? A lo largo de los noventa y tres minutos de película no lo averiguarás, pero no te preocupes porque no lo sabe ni él, lo cual es algo bueno, pues aporta a la historia un final diferente al cuento de hadas de otros rebeldes sin causa como sucede en muchas otras películas. La libertad de esta historia es, en realidad, una falsa ilusión inexistente, ligando la vida del taciturno protagonista a una mujer, sea cual sea. La victoria no siempre es llevarse a la chica, o poder bailar en la iglesia del pueblo, a veces, la victoria sólo es poder tomar tus propias decisiones. La opción de ser libre o esclavo, tradicional o arriesgado, amante o marido, es el debate al que todo ser humano se enfrenta llegada la madurez.
Las vicisitudes del guión son acompañadas por los clásicos elementos del cine de autor: escasa banda sonora musical, cámara en mano, ambientes pintorescos, etc. Elementos de un lenguaje que hacen difícil resistirse a mirar la hora, para saber cuánto le falta a la película para terminar. No se trata de copiar el cine de Hollywood, se trata de aportar algo nuevo al espectador. Si bien es cierto que resulta entretenida en cuanto a la diferencia cultural que pueda ofrecer (según quién la vea, claro está), lo único verdaderamente sorprendente de este largometraje, es la exquisita calidad interpretativa de sus actores, reconociendo el trabajo realizado por Mohamed Ben Attia para desarrollar situaciones intimistas, sin héroes ni villanos, reflejando la intrínseca complejidad del ser humano en el entramado social.
Lo mejor: el buen trabajo de los actores, que otorga autenticidad a las situaciones.
Lo peor: a pesar de su narrativa, no cuenta nada nuevo.