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Críticas

La habitación: Cuidado con lo que deseas… Otra vez.

La advertencia de “cuidadito con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad” ha sido desde siempre un recurso muy tentador para contar historias con moraleja: el codicioso al final es castigado por su propia codicia. Y si no, os animamos a observar El jardín de las delicias de El Bosco. La condición humana contempla caer en la codicia y no sentirse nunca saciado/a. Ya lo dice uno de los personajes del largometraje: lo único más peligroso que una persona que no consigue lo que quiere, es otra que sí lo consigue. O sucumbimos al deseo o a la desesperación por conseguirlo. 

La habitación (The Room, 2019) nos hace viajar a lugares conocidos para los/as cinéfilos/as consumados/as en el cine de terror y las películas psicológicas: típica pareja que necesita un cambio compra casa nueva; y cuando están reformándola… ¡oh, sorpresa! una habitación misteriosa que parece una impresora 3D y una cornucopia a la vez. Unos crímenes anteriores. Unos traumas anteriores que erosionan a la pareja y que será el eje que pueda unirlos más o separarlos. La primera mitad de la película avanza sin pena ni gloria, incluso puede resultar cargante. Pero es en el momento en el que su argumento decide mezclar los deseos materiales con los anhelos más íntimos cuando comienza el plot-twist, al hacer que sus protagonistas reabran el trauma de no poder ser padres. Si la habitación nos puede dar un millón de dólares… ¿por qué no pedir un bebé? Ahí se explota muy bien la polarización dramática de la pareja: Kate, cautivada ante la posibilidad de ser madre, abraza al niño como propio. Matt, en cambio, no puede pensar más que es algo que les ha dado la habitación, por lo que sigue siendo “una cosa” aunque de carne y hueso.

El dilema de si un ser “antinatural” debe o no tener cabida en el mundo real, como en el caso de los deseos ilimitados, es otra premisa manida en el cine, desde cualquiera de las versiones de Frankenstein (por ejemplo, la de 1931) El retrato de Dorian Grey (Dorian Gray, 2009) o La forma del agua (The Shape of Water, 2017) hasta Cementerio de Animales (Pet Semantary, 2019). La estrategia que salva la segunda parte de la película es alejarse de clichés y centrarse en la psique humana, no solo de la pareja protagonista, sino del humano creado por la propia habitación. Las decisiones que toman son, por tanto, más importantes que por qué existe esa habitación o cómo funciona. Así mismo, otro acierto de La habitación (The Room, 2019) es el minimalismo a la hora de contar la historia, pues solo necesita dos personajes y una casa. 

Si se quiere dar otra vuelta de tuercas a lo que simboliza, La habitación nos aporta diferentes lecturas. La condición humana, el mundo material y su relación con lo inmutable, quién legítimamente decide sobre otra persona y su destino, la influencia de otras historias, la maternidad llevada al extremo, que no la paternidad, aunque la idea de “volver a intentarlo” surgiera del personaje masculino. En este sentido, incluso podríamos entrar en la necesidad del género por mostrar también el anhelo por ser padre, que también existe, pero que desgraciadamente, en la película se diluye, haciendo que Kate se desvirtúe como madre controladora y enfermiza y Matt aporte “la lógica” sin un ápice de sentimientos.

 Por todo ello, La habitación se disfruta, pero poco. Tiene un buen giro final, cuida los detalles y, sobre todo, nos sirve de excusa para reflexionar sobre nuestras prioridades, aunque necesitaría haberse quedado en el horno un poco más. 

Lo mejor: Las escenas de la abundancia en la habitación.

Lo peor: Es bastante predecible, sobre todo al principio. 

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