Tiene parte de lógica que la llegada de aquellos trabajos considerados blockbusters del verano aspiren, como objetivo principal, a reventar la taquilla anual y seguir demostrando que su valor como entretenimiento es directamente proporcional al consumo masivo de palomitas y refrigerios que se sirven en el propio cine que los proyecta. La lista de este tipo de mastodónticos proyectos, que suelen buscar el disfrute más adrenalítico apoyando sus propuestas en espectaculares efectos especiales aunque en guiones de relativo calado, es tan larga, que cuando aparece la excepción que confirma la regla la oferta se torna mucho más atractiva y sorprendente.
En 2014, un competente Matt Reeves dirigió El amanecer del planeta de los simios (Dawn of the Planet of the Apes), precuela del clásico El planeta de los simios (Planet of the Apes) que dirigió Franklin J. Schaffner y protagonizó un épico (para variar) Charlton Heston en 1968. El film, que se presentaba a priori como otro experimento con CGI para comprobar hasta qué punto podían hacerse interactuar simios digitales en un entorno real, daba la impresión de no tener muchos más argumentos para defender su llegada a la cartelera. Sin embargo, el guión de Rick Jaffa, Amanda Silver y Mark Bomback, y la dirección de Reeves, tenían preparada para los más escépticos una enorme sorpresa.
De aquella sobresaliente película, que contenía todas las características que se asocian a una ruidosa superproducción estival, destacaba una alegre capacidad para mezclar ingredientes del género de acción y el Sci-Fi de aventuras, con tramos más intimistas y diálogos de cierta trascendencia existencial. El amanecer del planeta de los simios logró despedazar los prejuicios al demostrar que un film destinado a ser un espectáculo de fuegos artificiales, podía construir un relato con las dosis equilibradas de grandilocuencia hollywoodiense y crónica político-social. De esta forma, y ya reconocida por la crítica y el público, comenzó una saga que renovaba los valores de sus predecesoras gracias a unos imponentes efectos digitales y a su trabajada historia sobre esclavitud y lucha jerarquizada contra la opresión (científica y social) de la insidiosa raza humana.
Tras confirmarse con su segunda parte como una de las grandes noticias cinematográficas del año, la nueva saga simiesca llega de nuevo a la cartelera con la tercera entrega de las desventuras de César, el líder de unos simios a los que el implacable «Coronel» (Woody Harrelson) ha decidido exterminar. Al contrario que en las películas previas, esta vez la acción se desarrolla durante casi todo su metraje dentro de un campo de trabajo destinado a explotar hasta la muerte a los sufridos animales, por lo que la propuesta se vuelve más claustrofóbica y muestra como referente los clásicos del cine de evasiones. Fuga de Alcatraz (Escape from Alcatraz, 1979), Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé, 1956), La gran evasión (The Great Escape, 1963) o Cadena perpetua (The Shawshank Redemption, 1994), pueden deducirse al ver el tramo final de La guerra del planeta de los simios (War for the Planet of the Apes, 2017), que prepara al público durante la primera media hora para empatizar con el sufrimiento de César y los suyos a través de una violenta y emocionante exposición de los hechos que los han llevado hasta la prisión.
Acompañado por sus fieles soldados, el líder de los simios vuelve a adoptar la admirable tridimensionalidad emocional que nos sorprendió a todos tras la primera entrega. El carismático comportamiento de César (Andy Serkis) se ve reflejado en un imponente físico, sobre todo en su resentida mirada, un logro técnico sin precedentes que ha convertido la meticulosa trilogía de Matt Reeves, en un fenómeno del diseño digital gracias a su espectacular tratamiento del motion capture (captura de movimiento de actores reales) y el CGI (imagen generada por ordenador). Este aspecto se extiende al resto de personajes, por lo que el film da como resultado una colección de actores convertidos en animales de inaudita profundidad sentimental.
La guerra del planeta de los simios viene a cerrar una trilogía que brilla con luz propia, y lo hace confirmando su trascendencia como película más cercana al relato bélico con la entidad de un drama cuidadoso de su vertiente social (motivos de la lucha, respeto por la jerarquía, búsqueda de la paz a partir del propio enfrentamiento, traición a los ideales…), que a un relato centrado en las causas y las consecuencias de una guerra como conflicto puramente físico. De esta forma, y apoyada en la cuidada puesta en escena (que está pulida hasta el mínimo detalle), su historia cobra una importancia que abarca tanto como para considerar el film (y sus dos entregas previas) como un «rompetaquillas» atípico y muy alejado de los productos destinados al entretenimiento abiertamente trivial.
Lo mejor: portentosa técnicamente, no obvia la vertiente emocional, otro de sus puntos fuertes.
Lo peor: como con otros ejemplos actuales, no necesitaba 140 minutos para narrar su historia.