El cine de animación japonés es algo más que una cuestión de arte. El manga, el cómic nipón por excelencia, se encarga de nutrir esa categoría hasta convertirla en una especie de religión, parte importantísima de la cultura del pequeño pero apasionante país asiático. La última noticia que de ello ha llegado al viejo continente es One Piece Gold, un lúcido desparrame en consonancia con la tradición del lado más salvaje del anime japonés, que nos regala dos horas de delirante entretenimiento marca de la casa. Piratas, modelos, jefes de seguridad y villanos bañados en oro, son algunos de los personajes que desfilan por esta fanfarria animada que hará las delicias de los seguidores más acérrimos de la filosofía del cómic. Con todo y con esto, esa enorme capacidad para sorprender al personal con sus delirantes dibujos y situaciones, provocará que los menos aficionados también se dejen seducir por una de los trabajos más llamativos de la animación nipona de los últimos años.
Un enorme barco atraviesa los océanos y permanece inmutable al movimiento de las aguas. El coloso, alberga un casino que es, en su superficie, la nave nodriza del despilfarro y la diversión. Detrás de la ostentación reinante, existe una clase aturullada por el estruendo de las tragaperras, las carreras de coches y el dinero. Son aquellos que no tienen voz y que trabajan día y noche para pagar sus deudas o las de familiares que las dejaron como desafortunada herencia. Con esta metáfora del sistema capitalista llevado al extremo, el joven director Hiroaki Miyamoto, apabulla al espectador con una propuesta tan ruidosa como eficiente, basada en los exagerados trazos de unos personajes anabolizados pero poseedores del carisma necesario para servir como anzuelo. Ese encanto, a veces tan exclusivo de la animación japonesa, es una de las grandes bazas de One Piece Gold, que es todo un delirio de técnica visual al que acompaña su agresiva crítica a los peligros del establishment en manos de potenciales dictadores. La acentuada jerarquía reinante se verá amenazada por la llegada de un grupo fuera de la ley (unos piratas con ganas de diversión sin medida) que, ante algunos de los comportamientos que observan según van conociendo todas las estancias del ampuloso casino, anima a los explotados y sin esperanza a levantarse y organizar una revolución contra aquella figura que, una y otra vez, los pisa con contundencia y crueldad. Visto así, son evidentes los paralelismos con la situación de nuestro mundo actual, y Miyamoto, que respeta los pilares del cómic, da a luz un fantástico trabajo que contempla con eficacia los aspectos claves del género de aventuras con una feroz y contemporánea descripción del Sistema.
Llevando esa circunstancia hasta situaciones de enorme violencia, el realizador da continuidad a una numerosa saga de entregas conocidas como One Piece, uno de los mangas más largos aparecidos en la revista Shonen Jump, que cuenta con más de 380 millones de copias vendidas en todo el mundo. La «salvajada» del negocio está a la altura de muchas de las secuencias de las películas de la serie, saturadas de color e imaginación, virtudes que parecen malgastadas en un primer momento pero que, en realidad, no hacen más que acrecentar la leyenda del cine de animación japonesa en todo el mundo. Es por ello, que los primeros minutos de One Piece Gold son la prueba irrefutable de la inspiración nipona, dejando a uno con la boca abierta a base de colores, un número al más puro estilo del musical hollywoodiense, movimientos de cámara y fuerza de sus personajes.
Pasen y vean; bienvenidos al mayor espectáculo del mundo. Cine de aventuras, toque de atención social, clásico de piratas, lucha de clases… One Piece Gold lo tiene todo. Disfruten con Luffy y el resto de Piratas del Sombrero de Paja, con las luces de neón, porque en el casino Gran Tesoro es un lugar apasionante. Lo es para sus protagonistas y lo es para el espectador, que pronto querrá saber más de aquel lugar único al que le falta humanidad y le sobran los kilates.
Por Javier G. Godoy
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