No dudo que la nueva versión de la gigantesca criatura, creada por los japoneses allá por el año 1954, gustará a los fans más acérrimos del género cinematográfico de monstruos y demás aberraciones colosales. Sin embargo, sí dudo de que el remake que ha dirigido Gareth Edwards vaya a aportar alguna novedad al género con una propuesta sobrada de espectacularidad pero con una preocupante falta de personalidad y sentimiento.
«Godzilla» es otro despilfarro (justificado) de efectos digitales que, según pasa el tiempo, pierden parte del valor que tuvieron antaño por la evolución permanente del software que se aplica en el cine actual. Esto convierte lo que antes era un trabajo artesanal de enorme mérito, en una labor quizá menos creativa y más mecánica, como lo es casi todo en la informática. Así que, debido a esta facilidad, es imposible no dejarse tentar por la excesividad de las posibilidades que presenta una producción de este tipo.
© Warner Bros |
Gareth Edwards dirige su segundo largometraje tras la muy interesante «Monsters«, una película de temática similar, pero mucho más contenida e intimista. Muy fácil de ver y muy fácil de recordar. En esta ocasión, el director británico tenía que lidiar con un proyecto diferente que exigía un planteamiento muy distinto. Algunos confiábamos en que, a pesar de tener que realizar un trabajo visualmente mastodóntico, este nuevo «Godzilla» tuviese algún atisbo de la sensibilidad y carisma de la primera película del realizador. Nada más lejos de la realidad. A tenor de lo visto, si la propuesta aprueba en lo visual, suspende al intentar captarnos con unos protagonistas y un guión totalmente desprovistos de atractivo y algún ramalazo de genialidad.
Su reparto, compuesto de un elenco de gran nivel con nombres como Bryan Cranston (Breaking Bad), Juliette Binoche (El Paciente Inglés) o David Strathairn (Buenas Noche y Buena Suerte). La fotografía del gran Seamus McGarvey (Expiación) o la banda sonora de otro grande como es Alexandre Desplat (El Discurso del Rey, Argo), hacían suponer un esfuerzo por ofrecer al gran público un producto de mayor sustancia que lo habitual. Sin embargo, curiosamente, la labor de estos grandes profesionales acompaña la mediocridad de la cinta como si de un virus contagioso se tratase. Tristemente, ninguno de los trabajos destaca sobremanera en el filme de Edwards.
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«Godzilla» es, en definitiva, una película sin alma que con poco esfuerzo supera la anterior y ridícula versión que dirigió en 1998 un tal Roland Emmerich, director cuyas películas son, y aprovecho para desahogarme con vosotros, un cáncer para el séptimo arte. Lo que el filme no hace es colaborar en mejorar una categoría cinematográfica saturada de homenajes innecesarios. Esa versión ciclada de «King Kong» que dirigió caprichosamente Peter Jackson o «Pacific Rim» de Guillermo del Toro, son muestra de la facilidad con la que se embarcan las grandes productoras en megaproyectos que, pese al derroche de medios, ya no sorprenden absolutamente a nadie.
Si este cine que, como decía al principio de la crítica, tuvo, tiene y tendrá fieles seguidores, no se esfuerza más en construir guiones solventes con personajes de mayor peso y registros (en Godzilla todos tienen la misma cara, una expresión de sorpresa que acaba por volverse caricaturesca y ridícula), se verá irremediablemente abocado al maltrato de una crítica cansada del intercambio de golpes y devastaciones de ciudades sin más motivación que la puramente taquillera. Señores productores, señores directores: no nos den más de lo mismo.
Lo mejor: su contundencia visual, como no podía ser de otra manera.
Lo peor: la carencia de identidad y personalidad propias.
Por Javier Gómez