La mirada de uno de los protagonistas de este documental basta para describir el horror que el resto de imágenes intentan relatar. Con apenas dos años y medio, el pequeño recibe a los reporteros con un grito continuo, aunque contenido y fatigoso. Sus ojos son el reflejo de lo que tuvo enfrente, testimonio del terror sufrido antes de ser rescatado de un diminuto espacio bajo toneladas de hormigón donde seguramente quedó enterrado su último anhelo de libertad antes de ser despojado de cualquier futuro rodeado de cierta humanidad.
Toda narración incluida en el corte final de Gas the Arabs (2017) –nombre extraído de una pintada capturada en una ciudad palestina colonizada- elude incluir conocimientos históricos del conflicto palestino-israelí, por lo que recomendamos altamente encontrar otros títulos escritos o filmados si lo que se busca con el visionado es comprender y desarrollar una perspectiva acerca del conflicto. Sus pretensiones apuestan por la denuncia contemporánea en torno a la vejación humanitaria y la represión durante la extensión de un estado basada en la discriminación institucional, teniendo su punto de partida en 2007; año en el que comenzó el bloqueo por tierra, mar y aire de la Franja de Gaza.
A pesar de contar con los relatos de los adultos, conocedores de la extensión de la amenaza y víctimas durante mayor tiempo, las imágenes de los menores en el documental serán las que más estragos causen en nuestras conciencias. Más si cabe cuando sus momentos más explícitos nos recuerdan que el precavido cartel inicial de advertencia no estaba ahí para saltárselo. Su contenido es desgarrador, además de visceral en momentos puntuales –empezando por los títulos de crédito- en los que podríamos poner en duda la utilización feroz de ciertos documentos: por un lado utilizados como refuerzo de testimonios y demostrando de forma robusta la necesidad de un film como este; por otro provocan una posible indigestión que más de uno recordará por su falta de tacto. ¿Se justifica el contenido como ejemplo de la injusticia y la profanación de la guerra?
Agresivo, y directo. No existen medias tintas cuando los derechos humanos están en juego, aunque esto también puede pasar factura en algún momento en el que el espectador se permita reflexionar estar viendo elementos ciertamente maniqueos. A fin de cuentas, el documental remueve conciencias y se convierte en un relato necesario contra el enmudecimiento de los medios de comunicación habituales. Únicamente las melancólicas melodías de su banda sonora nos permiten descansar en este viaje a los infiernos de la realidad vivida en un país donde un hogar bombardeado sigue siendo señalado como hogar por quien lo habita.