El antropólogo estadounidense Loren Eiseley dijo una vez que «si hay magia en este planeta, está contenida en el agua«. Sus palabras, como puestas en bandeja de plata, podrían haberle servido a un Guillermo del Toro decidido a nadar entre las revoltosas corrientes del amor a través de un romance atípico con las virtudes de una punzante crónica social. Y es que en su afán por encontrar el remedio para aquel que se autoexcluye al saberse diferente, el realizador mexicano ha dado a luz su película más madura y la vez más llena de magia. Magia porque se desliza por sus formas impecables como el prestidigitador, elegante, mueve las manos para mostrar que no hace trampas, aunque todos sepan que un truco se esconde tras el resultado; magia porque este cuento sobre la bella y la bestia es capaz de olvidarse de la fantasía de vez en cuando para censurar la hipocresía de una sociedad temerosa y cínica; magia porque la pantalla se inunda de agua para hacer honor a la frase de Eiseley lanzando un encantamiento al que será difícil que el público de (casi) todas las edades se resista.
Bajo el compás de las privilegiadas notas compuestas por Alexandre Desplat -que inevitablemente remiten a su propio trabajo en El curioso caso de Benjamin Button (The Curious Case of Benjamin Button, 2008)-, La forma del agua (The Shape of Water, 2017) parece fruto de la inspiración de un verdadero enamorado. Guillermo del Toro es un Romeo que ha encontrado su Julieta en este relato de fragancias clásicas, personajes de cuento para adultos y mucha pasión; la de sus protagonistas y la de su director, convencido de que el film rezuma honestidad con su propia idea del cine como arte y sueño, factores trascendentales que han acompañado toda una filmografía dedicada al género fantástico. Sin duda, este último trabajo podría constituir un interesantísimo triunvirato junto a dos hitos de su carrera: El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006), predecesoras en pedigrí de esta nueva aventura pasada por agua cuyo resultado es sólido, poético y seductor estética y emocionalmente.
Como la propia Guerra Fría, que sigue justificando historias de toda índole para el cine, los monstruos a los que del Toro homenajea una y otra vez sirven de metáfora para sus verdaderas intenciones. En La forma del agua hay una determinación manifiesta por hablar sobre los miedos humanos en dos frentes: aquel en el que se sitúa lo diferente -en la película una mujer muda, un artista homosexual o la propia criatura anfibia-, y el de los que temen esa diferencia -un camarero racista y homófobo o un agente cruel y reaccionario-. Entre ese espacio de dolor, de abigarramiento social y búsqueda de la propia identidad, se mueve este largometraje construido sobre los cimientos del academicismo más depurado y destinado a jugar, como en pocas películas se logra, en total favor del relato. De esta manera, el realizador, que no deja ningún detalle sin pulir, acomete la difícil tarea de combinar política y lírica, temas que equilibra con sentido común y que dan como resultado un deleite visual con personalidad y calado.
Por si hubiese algún tramo en el que surgiesen dudas sobre la sensatez y regularidad del guión, Sally Hawkins, Richard Jenkins, Octavia Spencer o Michael Shannon defienden con uñas y dientes la propuesta del director, pues la precisión de sus interpretaciones constituye uno de los ejercicios de casting más acertados de la temporada. Sin duda, en este sentido Hawkins, que interpreta a Elisa Espósito, destaca sobre el resto mostrándose sutil y dulce unas veces, enérgica y resuelta otras. A su exquisito personaje lo complementa un humanoide acuático interpretado por Doug Jones, experto en las lides de la perfomance de todo tipo de criaturas que, aquí, resulta una clara resonancia del aspecto de la criatura en el clásico de la Universal La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954). Por medio de todos ellos, de las cualidades como narrador de Guillermo del Toro, de la partitura de Desplat, de la fotografía de Dan Laustsen o del diseño de producción de Paul D. Austerberry, La forma del agua espera los resultados de las trece nominaciones para los Oscar. Pero eso dará igual, porque la declaración de amor parece haber llegado a su destino con una carta en cuyo encabezado puede leerse: Queridos monstruos.
Lo mejor: Mezcla elegantemente su intachable concepción artística con lo poético y social de su historia.
Lo peor: El último acto se resiente levemente.