Llega a nuestras pantallas Al final del túnel, coproducción hispano-argentina que supone la tercera incursión en la dirección del rosarino Rodrigo Grande. El film es un thriller en la línea de esas cintas que surgen con vocación de sorprender con giros constantes, trampas abundantes en busca del “más difícil todavía” e intentos de conectar con el espectador a base de engaños, cliffhangers y fuegos artificiales a expensas, la mayoría de las ocasiones, de la verosimilitud del guion y la credibilidad de la historia.
Existen cantidad de buenos ejemplos donde los giros y las sorpresas están justificados y sustentados por un sólido guion que realmente consiguen sorprender y hacen que la historia avance y aumente su categoría: Seven del meticuloso artesano David Fincher podría ser el ejemplo máximo de giro que completa y engrandece una cinta, Memento e Inception de Christopher Nolan, Sospechosos Habituales de Singer, El Golpe de George Roy Hill con unos maravillosos Paul Newman y Robert Redford, o, por poner un ejemplo con sabor argentino, la notable Nueve Reinas de Fabián Bielinsky, que además nos sirvió para descubrir a Ricardo Darín. También, hay innumerables ejemplos de esa moda autoimpuesta por sorprender sin pies ni cabeza como la tramposa Ahora me Ves o en las ficciones televisivas como The Following. Desgraciadamente, es el gran defecto de la cinta que aquí nos ocupa.
Al final del túnel cuenta la historia de Joaquín (Leonardo Sbaraglia) un técnico electrónico en silla de ruedas que alquila una habitación a Berta (Clara Lago). Ambos se verán inmersos en el robo de un banco por los ocupantes de la casa de al lado.
Desde la primera aparición de los personajes todo es forzado. El argumento comienza su desarrollo con situaciones que realmente no atienden a ninguna lógica y lo que propone el director no convencerá al espectador. Su principio resulta artificioso y pretencioso, comenzando como una suerte de La Ventana Indiscreta que se disipa hasta convertir la película en un previsible juego de engaños. Este exceso efectista da pie a situaciones irritantemente descabelladas.
A pesar del esfuerzo de algunos actores, mención especial a unos esforzados Sbaraglia, Lago o Javier Godino, existen en el film ciertas situaciones que no las salvaría ni un Pacino en su plenitud interpretativa. En otros casos, como el de Pablo Echarri (que también produce la cinta) o Federico Luppi, el primero convierte a su personaje en un meros cliché, mientras que Luppi desaprovecha su talento con un papel de lo más simplón. Algo que llama la atención en ciertos momentos (véase la escena del baile) es la desesperante banda sonora, compuesta por Lucio Godoy y Federico Jusid, que se acaba tornándose molesta y, generalmente, da la impresión de estar fuera de contexto.
Cuando un largometraje está marcado por la causalidad y nada por la casualidad, la consecuencia inmediata es un trabajo falso y rígido, que pone de manifiesto las manipuladoras intenciones del guionista. En consecuencia, Al final del túnel resulta un intento fallido por hacer un Hitchcock, que se queda en un endeble pasatiempo cuyo interés se genera de manera tan engañosa como efímera.
Lo mejor: un laborioso Leonardo Sbaraglia.
Lo peor: Echarri y su típico y tópico villano sin escrúpulos.